En mi infancia, en la aldea, mi maestra me dio dos libros pequeños: un amarillo y un verde. Eran resúmenes de unos cuadernos educativos para niños, sobre sexo. Primero me dio el amarillo, era para los niños más pequeños; el segundo para los mayores. Había imágenes en amarillo y fotografías en verde. Estas publicaciones trataban sobre el funcionamiento del sistema reproductivo y qué es el sexo (protegido) y cómo se construyen las relaciones. Con mis compañeros por las tardes los devoramos, éramos niños de diez años de edad en promedio. Ahora entiendo que todo mi conocimiento “científico” sobre esta área de nuestra vida, al momento de crecer, inicialmente lo formaron estos libros y esta es una historia rara en mi medio, pues el conocimiento de sexo -que incluso llegó a mí- en la mayoría de los casos, era de testimonios que narraban mis compañeros y su conocimiento era a través de productos eróticos y pornográficos, que encontrábamos en ventas de revistas de la cabecera municipal; pero algunos de mis compañeros, los extraían del armario de sus padres y sus hermanos mayores. No hay sexo sin abuso -nos decían los mayores- hay que ser aventados. Para mi generación, sexualidad era un proceso que ciertamente existía, pero no se discutía. Las siguientes generaciones que nacieron, tuvieron la oportunidad de recibir una educación sexual más adecuada. Y literalmente ahora que estoy viejo, veo que, en las últimas décadas y generaciones, se han producido cambios. Las generaciones de ahora inician, conversan y aprenden a utilizar, por ejemplo, términos que ya no se perciben como puramente médicos, sino de uso común en general (pene, vagina, clítoris). Pero todavía es insuficiente. Todavía hay una verdadera epidemia de ignorancia sobre el sexo y sus enfermedades de trasmisión sexual y la violencia y agresión. Yo creo que tales problemas no disminuirán, hasta que hablar de sexo, se vuelva tan común como hablar, por ejemplo, de comida o de política o religión; en todo ello, está involucrado SIEMPRE EL SEXO –piensan los profesionales- pero no la población, que siempre tiene sus peros y reparos sobre este tema. Después de todo, el sexo, como la cultura alimentaria, es una práctica propia de las personas; forma parte de necesidades tanto biológicas como sociales, emocionales y de conductas. ¿Por qué no hablar de ello? defienden los profesionales. La población no; todavía o talvez solo en parte.
Por su interés en la diversidad cultural a través del tiempo y el espacio, muchas de las investigaciones antropológicas, han buscado dilucidar el porqué de las desigualdades entre los sexos, los orígenes de tales desigualdades, las formas que asumen en distintas sociedades. Norte Sur, este o este del país; la capital, los municipios, las aldeas; en todos ellos, la forma de aprender, saber y vivir la sexualidad, se hace diferente y las preguntas se esponden diferente.
Ahora que estoy en mi tercera edad, cada vez noto que el problema del sexo y la sexualidad, ocupan un lugar en casi todos los aspectos de nuestra vida diaria, de muchas maneras significativas. El tema largamente debatido en todas las edades, culturas y lugares, ha cambiado en nuestra sociedad y cultura, en formas nunca antes imaginadas. En el análisis, debemos partir de un hecho: la sexualidad, es y parte de algo biológico, de por sí diferente en organización y funcionamiento en hombre y mujer. Sobre ello hay que ubicar y entender todas sus diferencias sociales y culturales, ya que, desde como son y funcionan los órganos sexuales y el papel biológico tan diferente que le corresponde a cada género en la reproducción y la crianza, se monta el andamiaje social y cultural, que dará especificidad de género al sexo y la sexualidad. A eso se suma en los humanos, cada vez más el erotismo. Ese amor apasionado, unido con el deseo sexual, que incluso puede darse entre los del mismo sexo, con todas las emociones y comportamientos que tiene tan distinta interpretación y aceptación entre pueblos y culturas. Partiendo de lo anterior, es que vale la pena estudiar (e incluso se debe enseñar desde las etapas tempranas de la vida a ambos sexos) lo que ahora se dice y llama “un enfoque de género”, que entraña analizar a todos los niveles (biológico, cultural, psicológico, económico, social, político), cómo se construyen y operan las diferencias y complementariedades entre los sexos y conductas sexuales, que lamentablemente aun en la actualidad, tienden a colocar a las mujeres, en desventaja y subordinación.
El niño es un observador nato: ve como los quehaceres de la casa, el trabajo doméstico, es diferente al que se realiza fuera y discrimina. Es la asignación de tareas humanas y responsabilidades relacionadas con género, fomentado desde la niñez, lo que va generando desigualdades de interpretación, acción e imágenes. Nuestros abuelos y padres, por ejemplo, eran proveedores. Nuestras abuelas y madres, hacedoras de trabajos domésticos (no se consideraba trabajo porque no generaba fichas) y por lo tanto dependientes (un rango más bajo en la apreciación y admiración de roles) Por supuesto que, en los cerebros formados en esos contextos hogareños y sociales, hay más aprecio por ese padre que se va de casa a volar punta, que en esa madre que parió y está a mi lado día y noche. Y aún, cuando mi madre sea trabajadora y además mi cuidadora, va en segundo plano a un hombre trabajador en todo lo que queramos ver (trabajos menos dignos, menos pago, más explotación, acoso etc).
Veamos un ejemplo de cómo la mayoría de nuestra gente diferencia, usando el trabajo agrícola. El trabajo agrícola de las mujeres, se limita a la agricultura de subsistencia, mientras los hombres son quienes se incorporan a la fuerza de trabajo asalariada, como jornaleros agrícolas o migrantes a las ciudades; “son los que verdaderamente trabajan” dicen muchos equivocadamente. Pero eso está siendo acompañado de algo novedoso que rompe con esa creencia: “la feminización de ciertos sectores de la producción, tanto de la agricultura comercial como de la industria, incluso en la vida profesional”. Incluso, las mujeres que realizan trabajos considerados antes varoniles, cada vez menos pueden calificarse de marginales; por el contrario, las evidencias son que, en algunas zonas, se han convertido en la mano de obra favorita de empresas nacionales y transnacionales. No es lo nuevo el que la mujer trabaje, de hecho, la presencia femenina era ya desde hace más de un siglo, muy importante, en ciertas industrias como: la de textiles, confección, tabaco, alimentos, loza y vidrio, jabón etc. La feminización de ciertos empleos, como el magisterio en la educación elemental, ya era más que evidente, pero su respeto y apreciación social era el problema, se veía como prolongación del trabajo de educación en casa y no como el gran aporte, como en el caso del trabajo del varón.
Es pues fundamental, entender cómo se transforma y reorganiza la división sexual del trabajo, dentro de los procesos de cambio de la estructura ocupacional, pero ¿cómo hacerlo, si no sabemos qué están haciendo los hombres, en qué están trabajando? ¿Están las mujeres desplazando a los hombres, o los están remplazando, porque ellos a su vez se trasladan a otros sectores de la economía? ¿Se trata de mercados de trabajo paralelos o en competencia? Todo eso se debe dilucidar pues no es tan claro aún.
¿Qué sucede en lo laboral en nuestro medio? La marginación en el trabajo doméstico, sigue siendo una realidad para millones de mujeres. Pero a la vez, millones ingresan al trabajo asalariado, cuya principal característica es que se ubica, sobre todo, en el sector informal de la economía, con todo lo que esto significa, en términos de las condiciones de trabajo. En efecto, fue en parte la caída del poder adquisitivo de los salarios masculinos, de su forma de hacerlo, la que impulsó a las mujeres a incorporarse a la fuerza de trabajo remunerada, cambiando en la década de los ochenta, el perfil de las trabajadoras y las relaciones hombre y mujer, con una apertura de sexualidad para ellas. Cosa que ocurrió en todas las clases sociales. Un trabajo femenino cada vez más demandado por la mujer, no solo para sostener el nivel de vida familiar, sino para satisfacer potenciales personales, generándole nuevas oportunidades de relaciones sociales. También con ello, las mujeres logran mayor poder de decisión en sus hogares y en sus comunidades y finalmente, contribuyen a cambiar su autoimagen y la valoración de sus actividades. Todo ello les permite enfocar de manera distinta a sus abuelas, su vida sexual y jugar dentro de ella, un mayor control, a la vez que pueden crear nuevas formas y condiciones de conflictividad e inestabilidad familiar.
Es pues la construcción de un estilo de vida, más que la construcción per se biológica, el que da dinamismo a la construcción de las identidades genéricas y sus funciones, provocando que la sexualidad sea un proceso continuo a lo largo de la vida. Y en este proceso, tanto en hombres como en mujeres, contribuye e influye la experiencia de vida y las posiciones que las mujeres y hombres ocupan, en distintos momentos en diferentes lugares y grupos. Así que los individuos, no siempre aceptan pasivamente los estereotipos que les imponen los modelos culturales y la sociedad; pueden cuestionarlas y moldearlas a sus necesidades en su estilo de vida, generando nuevas identidades, y aunque para la sexualidad haya y exista un mismo modelo o discurso sobre el deber ser y el hacer de las mujeres y hombres sobre el sexo, este adquiere distintas modalidades y las prácticas muestran gran flexibilidad.
Ante esa divergencia nueva de oportunidades en la actualidad, estiman algunos estudiosos en este campo, que la aspiración de las mujeres de tener una figura masculina protectora, que dé respaldo y respeto y que funja como intermediaria entre el mundo público “de la puerta de casa para afuera” y el privado “de puerta para adentro”, que en cierto sentido implica un ejercicio de sexualidad subordinado, se va perdiendo y va adquiriendo espacio y forma más real y compartida, una equidad de género y sexualidad, en que las mujeres tienden a ver el papel de esposa, madre y dueña de casa, no como un yugo al que han de someterse, sino como una conquista, que esperan lograr incluyendo lo sexual y su sexualidad.
En resumen y ya uniendo los dos temas: biológico y cultural y social, hay sospechas de que las diferencias sexuales biológicas, que durante siglos se convirtieron en desigualdades sociales y sexuales en sus actividades, va camino a desaparecer; pero la mejor forma de lograrlo, es algo aún no del todo contestado.
No cabe duda que, en Guatemala, todavía el papel femenino de su sexualidad, incluso en la reproducción, lejos de ser la base de una igualdad e incluso admiración, lo es aún en muchos casos de subordinación, porque, aunque sea reconocido como derecho la igualdad de género, no es valorado ni social ni familiarmente. Aún falta mucho para que la sexualidad sea en ambos géneros, sinónimo de igualdad en todo sentido, ya sea su orientación hacia la reproducción y maternidad y paternidad, como hacia el erotismo, en igualdad de condiciones en ambos sexos, sin darle prioridad en lo erotismo al hombre y disminución en la paternidad. Eso tiene un elemento básico por el que luchan las mujeres actualmente: las mujeres deben ser dueñas de su cuerpo, y no ser formadas dentro de una concepción cultural y social de que “su cuerpo es para otros”. No vale una sociedad que ve a las que triunfan en eso, que viven su sexualidad con equidad, como motivo de castigo, propiciando mujeres con sentimientos de culpa, temor y hasta disgusto.