La sexualidad es el conjunto de condiciones anatómicas, fisiológicas y psicológico-afectivas que caracterizan el sexo de cada individuo. También, desde el punto de vista histórico cultural, es el conjunto de fenómenos emocionales, de conducta y de prácticas asociadas a la búsqueda del placer sexual, que marcan de manera decisiva al ser humano en todas y cada una de las fases determinantes de su desarrollo en la vida.

En el fondo, el tema sexualidad, se presta a muchas interpretaciones, entendimientos y prácticas, según el que hable de el: la madre, el padre, la o el amigo, médico, psicólogo, maestro, religioso; hombre o mujer; joven, adulto, niño o anciano. Como suele decirse “Cada quien tiene su opinión, forma de ver las cosas y de vivir”, pero creo que solo la vida, la muerte y el sexo, tienen tantas formas de entenderse y vivirse.

Qué diría un sociólogo sobre nuestra sexualidad

En la historia de la familia guatemalteca, no existió un amplio discurso científico público ni aun a nivel de hogar sobre el sexo y la sexualidad, sino hasta muy entrado el siglo XX. Un tabú de padres a hijos, cubría la educación y enseñanzas al respecto y lo poquito, muy poquito, que se daba, incluso era más entre hombres que entre mujeres y con un enfoque tan erróneo como inculcarles a los hombres que la sexualidad y el sexo era una conquista del macho sobre la hembra y que en ello lo que valía, eran las artimañas, aunque estas fueran malignas. Esta situación fue bastante típica de las sociedades Latinoamericanas modernas, porque todas se formaron en este tema de manera muy similar: con valores de género tradicionalistas, patriarcales y enmarcados dentro de una confusión entre amor y violencia, pasión odio y pertenencia, cuyos rescoldos más que rescoldos, aún se hacen presentes sino revisemos estadísticas:

• Una de cada tres mujeres al llegar a los 18 años ha sido motivo de acoso sexual,
• Una de cada diez mujeres tiene su primer hijo antes de los 18 años y
• En un tercio de hogares las mujeres son jefas de familia.

En el discurso tradicionalista sobre sexualidad y sexo, se mezcla una religión mal comprendida, vivida e interpretada, que regula estrictamente la sexualidad (aunque la sociedad actual de las grandes áreas urbanas, puede ser ya secular en el momento que estamos considerando y menos errónea, y algunos estratos sociales o comunidades pueden tener patrones más liberales de prácticas sexuales).

Ejemplo de lo dicho arriba lo podemos ejemplificar con la fidelidad de la pareja. Por lo general, hasta los setenta del siglo pasado, encontramos dobles estándares de género en este campo dada la falsa creencia de que en el tema la «pureza» es femenina, mientras que, en el hombre, incluso se llega a afirmar “en un verdadero macho eso no es posible” y así lo aceptaba la sociedad y aún lo acepta. En la mujer, la vida sexual se reduce al matrimonio monógamo y se orienta a la reproducción, pero con dos enfoques: polígamo para el hombre, pero intolerable a la mujer.

Estas actitudes de las culturas tradicionales en gran parte, aunque no sin excepciones, persistieron como decíamos arriba, en el mundo industrial hasta las décadas de 1960 y 1970, cuando, durante varias protestas masivas de la izquierda por los derechos civiles y raciales, los movimientos mundiales por los derechos de los homosexuales, los movimientos de mujeres y otras acciones, muchas personas asuntos se convirtieron en tema de discusión pública y la mujer exigió su igualdad en derechos sexuales y reproductivos ante el hombre. Esos logros, en nuestro medio, aún no cuajan del todo en una praxis. En particular, entonces se formuló la tesis por las mujeres luchadoras por la igualdad civil, que el sexo es un componente fundamental pues se asocia a muchas actividades que se le relacionan y notaron que, si ellas mismas están en una posición desigual, (esta desigualdad tiene sus raíces no solo en las instituciones o leyes públicas, sino también en el ámbito privado y su vida pública, donde las mujeres y sus problemas se hacen invisibles) eso les quita posibilidad de adquirir otros derechos.

La desigualdad rápido se hizo ver en sus raíces, por la fiscalidad machista del hombre en no solo aspectos del sexo, sino también de sexualidad, que incorpora otros derechos masculinos a expensas de libertades femeninas. Por ejemplo, en las relaciones sexuales de ese tipo, el cuidado, el amor romántico es exclusivo de ellas, pero en las relaciones de poder y sumisión, en la violencia, son los hombres. Por lo tanto, lo personal machista, fue reconocido como producto de lo político sobre lo social y eso debía terminar. Lo personal y de género, antes silencioso, incluida la sexualidad, ahora debería decidirlo y determinarlo e interpretarlo la sociedad con componentes de igualdad. No es ni de política ni de género, ni natural determinarlo, sino la sociedad y la cultura, el hogar, las que crean y mantienen las condiciones bajo las cuales las mujeres (u otros grupos que son marginados y estigmatizados por razones de género, que no se ajustan a las normas dominantes) deben tomar un puesto de igualdad y dejar de jugar a ser excluidas, abusadas, oprimidas.

De esta manera, en la actualidad, cada vez más, las experiencias privadas e íntimas, incluidas las experiencias en el campo de la sexualidad, deben ingresar al discurso público, cultural, educativo. Sus discusiones se generalizan y se abren oportunidades para cambiar las prácticas en lo político y en lo social.

Lo anterior es posible, porque el esfuerzo de la generación joven de los sesenta y setenta, contaba con que ya se había acumulado mucho conocimiento sobre el comportamiento sexual en la sociedad y a su vez la atención masiva de esa generación, se centró en el campo de la sexualidad. Fue en ese entonces, cuando tuvieron lugar las revoluciones sexuales y de género, tanto los patrones de género como los sexuales fueron significativamente modificados y liberalizados. Fue hasta entonces, cuando se hizo un intento de cambio serio, en la organización de la vida sexual e íntima que reorganizara los hogares. Pero esos esfuerzos en la actualidad, en una buena parte de nuestro medio y en todas sus clases sociales, aun lleva cierto tinte de fracaso y va lleno de desigualdades. Las ideas innovadoras sobre la libertad sexual y la liberación sexual de la mujer, aun resultan poco comprensibles y atractivas para una sociedad mayoritariamente tradicional y machista; sino en su discurso, si en su práctica diaria. Y a pesar de que se han dado desde entonces reformas progresivas en las áreas del matrimonio, la familia, la política de aborto y la reproducción, la violencia sexual, la mayoría de veces la aplicación de esas reformas, resulta en gran medida en incumplimientos.

La esfera sexual en algunos grupos de la sociedad aún se presta a la discusión y una práctica desigual en hombre y mujer sobre su papel en todos los campos de la vida social y del hogar. De tal manera que, aun en la actualidad, estamos muy por detrás del mundo occidental pionero en ello y ello a pesar de que, a partir de la primera década del siglo XXI, se produjo una especie de explosión de exposición sobre el sexo, a una vasta mayoría de jóvenes a través del cine, los medios de comunicación, la literatura, la pornografía, y la industria del sexo. Toda la información previamente inaccesible, penetró instantáneamente en el país con poca educación y explicación al respecto. Y esto, indudablemente condujo al surgimiento de discursos más abiertos sobre la sexualidad, incluida la educación sexual en las escuelas y en ambientes comunitarios, pero sin querer cambios en la praxis.

Pero algo si resulta claro. Hoy la sociedad guatemalteca y sus distintos grupos sociales, ha entrado sin problemas en un giro que está tratando de dar a las estrictas normas de control de la sexualidad de antes en manos masculinas y políticas, una mayor participación y espacio de libertad a la mujer. En primer lugar, esa igualdad, se dirige contra el reconocimiento de antes de que las formas de interacción sexual de las personas -tanto hombres como mujeres, y otros grupos de género- son de mandato masculino y de su control. Tema que aún necesita de mucho trabajo. En segundo lugar, la sexualidad ya no se limita al matrimonio monógamo, se está trasformando la idea de un niño inocente en blanco y se ha llegado a una clara evidencia científica de que el niño sea masculino o femenino necesita educación sexual y conocimientos sexuales, vivencias propias de su edad, porque supuestamente contribuirán a su actividad sexual temprana y posterior y a otras conductas de socialización. La educación sexual en las escuelas se ha ampliado y cualquier discurso sobre la sexualidad, ha dejado de ser potencialmente peligroso, pero aún está lleno de restricciones y tabúes difíciles de romper pues muchas veces chocan con una verdadera experiencia en el hogar, totalmente ajena a la enseñanza, que coloca al hombre por encima de la mujer o carente de responsabilidades más allá de su función reproductiva. La vivencia con predominio de poder masculino sobre el tema, aún tiene grandes espacios en la vida diaria de gran cantidad de poblaciones y hogares. Las condiciones para la educación sexual aún se dan cuesta arriba y son desfavorables.

No obstante, los jóvenes de hoy, no son tan malos con la información, aunque esta información a menudo la están recibiendo de forma incompleta, desorganizada, y muchos adolescentes obtienen su conocimiento de decires de mayores o de la pornografía que no aborda cuestiones de seguridad, consentimiento, etc., o choca contra la realidad de su formación machista.

Una inquietud muy general de adultos, en oposición a la Educación Integral en Sexualidad (CSE) es que: “atribuyen sus objeciones al temor de que la CSE pueda conducir a una iniciación sexual temprana y destruir los valores y actitudes tradicionales” Esto parece un tanto contradictorio. Estos y otros prejuicios los vienen refutando desde la última década, los datos de la investigación científica. En 2008 y 2016, un análisis a gran escala de los programas de educación sexual en todo el mundo, encontró que los programas de educación sexual integral de calidad, impartidos por profesionales capacitados, conducen a un inicio tardío de las relaciones sexuales, una frecuencia reducida de las relaciones sexuales y el número de parejas sexuales, y un aumento uso de preservativos y anticoncepción. Estos estudios formaron la base de la base de evidencia para las Directrices técnicas internacionales para la educación sexual, publicadas por la UNESCO en 2018.

Finalmente, la situación más controversial sobre el tema, lo representan, nace y se da, entre las relaciones de las dos instituciones principales en las que tiene lugar la socialización de los niños: la escuela y la familia. Desde contenidos, formas de enseñarse e interpretaciones, aunque algo sin duda chocante, es que muchos padres, no saben cómo comunicarse sobre estos temas: no se les enseñó, no se les habló de esto en un momento dado y son ignorantes en muchos de sus aspectos y prácticas. Además, la noción de que tal conversación viola las prohibiciones morales sigue siendo bastante fuerte, y esto funciona como un impedimento para la iluminación.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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