En varios aspectos de la vida real de nuestro medio, podemos ver cómo la disponibilidad y acceso oportuno, suficiente y adecuado en educación, salud, trabajo, seguridad, se emparenta y liga con un comportamiento político y social, en que racismo, sexismo y la clase social, determina grandes diferencias nacionales sobre salud, enfermedad y bienestar. Malos resultados de embarazos; desnutrición de todo tipo; alta morbilidad infecciosa, metabólica, cardiovascular, cáncer, etc., se relacionan en un momento dado, con pobreza, etnia, nivel educativo, acceso a servicios de salud y sus efectos nefastos se hacen presentes en una persona y su familia.

A estas alturas de la vida nacional, multicausalidad de factores, potencialmente contribuyen a la disparidad, volviendo imprescindible si se quiere mejorar el bienestar de la nación, abordar abierta y públicamente el racismo, el sexismo y la clase social, como un determinante de las inequidades de salud, mirada que no debe estar dirigida a ver el racismo como algo en sí mismo, sino como interrelacionado con las desigualdades de clase y el género. No es sólo por ejemplo el cáncer de mama, o de los órganos reproductores femeninos, lo que está en juego, es toda la gama de situaciones que impiden a la mujer tener acceso a servicios adecuados y atenciones de protección a su salud física y mental. En realidad, se trata de subir a la palestra nacional y de prioridades de Estado, la acción y la defensa de la equidad en salud que, a pesar de saberse su existencia, se ignora. Creo que es oportuno acá, señalar que, en nuestro medio, de balde han servido muchos de los aportes de la ciencia, los avances científicos, ya que eso realmente no se ha traducido política y socialmente, en avances reales para la equidad en salud.

 

Por ejemplo, es inconcebible que un país que se autodenomina multiétnico, pluricultural y plurilingüe, apenas tenga investigaciones que respondan a preguntas sobre las experiencias de discriminación racial autoinformadas de las personas, con sus visiones culturales de educación, salud, trabajo y otras actividades relacionadas con su bienestar. Tampoco existen estudios sobre interacciones étnicas y con otras personas, ni sobre observaciones de cómo las formas en que el racismo y clase social, junto con las relaciones e inequidades de clase y género, dan forma al contexto en el que las personas viven y trabajan y son afectadas en su salud. Por ejemplo, nunca hablamos de segregación residencial y racismo, género, pobreza educativa, de salud en la composición de vecindarios, zonas marginales y las asociaciones con políticas, que han permitido u olvidado de ello y no digamos tolerado de manera específica sexismo y salud. También existe falta de atención y conocimiento, sobre cómo los problemas de las relaciones de clase social, dan forma a la salud de la población. Todavía hay renuencia a hablar sobre eso y los problemas de poder involucrados. La tendencia dominante es centrarse en las características individuales clínicas de una enfermedad y sobre ello organiza sus programas el sistema de salud.  De igual forma, debería prestarse más atención a las cuestiones del racismo estructural.

El sistema de salud necesita simultáneamente pensar con seriedad sobre cuestiones de racismo, clase social y género. Es importante utilizar un enfoque multinivel y disciplinario, no solo en la conceptualización de los estudios sino también y sobretodo de las intervenciones, que no solo necesita un saber sobre lo que las personas autoinforman en términos de factores como su educación, ingresos, identidad de género, sino también el contexto en el que viven. ¿Cuáles son las políticas nacionales locales, el hogar en el que viven, pasadas y presentes, que afectan su bienestar?

 

En resumen: es mucho el trabajo por delante sobre temas relacionados con el sexismo y la salud. Una gran cantidad de investigación sobre la «salud de la mujer» se realiza en relación con la biología ligada al sexo y los problemas, con la suposición de un punto de referencia biológico «reproductivo» para la investigación, los demás componentes de la salud apenas se toman en cuenta, a pesar de que más de la mitad de la población es femenina. Por ejemplo, nos conformamos con analizar y mostrar que la mujer tiene más obesidad, pero poco se dice sobre cómo una estructuración social, un comportamiento social, una política estatal o local, favorece ese aparecimiento al no tratar dentro de las mismas, las vulnerabilidades y riesgos propios de una elaboración humana de condiciones sociales y ambientales adversas. Aún peor, a pesar de la situación política social que vivimos, todavía no hemos estudiado cómo las exposiciones explícitas, la violencia y el acoso sexual, cada día más frecuentes en nuestro medio, afectan a las enfermedades cardiometabólicas y otras, o cómo afecta a las enfermedades y la salud mental.

Para los profesionales de la salud, queda todavía la tarea de bajarse de las nubes y entender que el problema científicamente de las enfermedades, tratar a los enfermos, no es lo mismo que saber arreglar las cosas para que no sucedan. Incluso si sabemos cómo arreglar las cosas, en términos de prioridades sociales propuestas, políticas y asignación de recursos, existen serios obstáculos políticos y sociales que se deben analizar. Aquellos de nosotros involucrados en la salud pública y en la sociedad en general y que valoramos y luchamos por la equidad en salud, necesitamos entender cuáles son las relaciones de poder que nos impiden lograr nuestros objetivos de bienestar individual y social. Necesitamos delinear mejor «los factores estresantes políticos, sociales y ambientales» y los factores protectores asociados, como contribuyentes importantes al alto riesgo de inequidades en salud; para lograr una salud óptima.

El mundo de la ciencia aún tiene una deuda con las minorías raciales y étnicas. Por ejemplo, necesita precisar mejor si la brutalidad impuesta a las personas y grupos esclavizados de una u otra forma, es transmitida a través del ADN a las generaciones futuras, si esto contribuye a las grandes desigualdades, a pesar de los avances en la educación y la clase social.

No se puede negar, que el impacto y las consecuencias de un evento como el COVID-19: Su entendimiento, sus tratamientos, la muerte y el acceso a la atención, han sido moldeadas por la raza, el origen étnico, el género, la sexualidad, la clase social / precariedad y la geografía de la desigualdad a los servicios, dando respuestas diferentes a las medidas preventivas y la vacunación. En ello desinformación sobre el origen de la enfermedad, sobre las vacunas y los tratamientos y los discursos de los derechos individuales, se mezclan con costumbres, hábitos cargados de desconfianza y políticas discordantes. La pandemia de COVID-19 vino a señalar una vez más, la necesidad de un seguimiento y análisis sistemáticos de las inequidades en salud, es un instrumento que se hace necesario para guiar tanto la comprensión como la acción del SNS.

Creo que ya es momento de que el SNS confronte las disparidades raciales, de género, de clase social, en los eventos de salud, reconciliando la ciencia y la política y reorientando la atención de la problemática de salud.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
Artículo anteriorDiputados citarán a Argueta por cortes de energía en el Aeropuerto
Artículo siguienteInsivumeh: sistema de baja presión provocará lluvias durante la semana