Agresión y violencia: discapacidad para los sanos

Panorama desolador

Entiendo la preocupación por la violencia de los medios, pero no es nada nuevo. Admito y creo necesario que la noticia se preocupe por un extremo del espectro: la muerte; pero poco se habla del tipo de autodestrucción: la destrucción familiar, de relaciones laborales, de la sociedad, del Estado, causadas por comportamientos individuales y sociales, dado lo permisible, político, social y estatal que se tiene y vive. Teorizar y etiquetar, especialmente a las mujeres e inocentes, como víctimas es solo una cara de lo que sucede en todos los medios nacionales, donde la cotidianidad exige comportamientos anómalos a todos. Perpetuadores, víctimas y observadores. Debemos partir que somos una sociedad enferma mentalmente.

 

Salud mental y violencia de la mano

No soy experto en salud mental, pero es indudable que existe una asociación entre salud mental y violencia. Que ambos fenómenos se retroalimentan y permean todas las capas de la sociedad y no digamos la política y la gobernanza. Ambos tienen que ver y son de lo más importante y costoso que tenemos que afrontar. No creo que exista familia a quien uno y otro fenómeno no esté tocando su vida y a pesar de ello, es impresionante el pobre interés que Sociedad y Estado prestan a ello; incluso me atrevería a decir que, de parte de la academia, es pobre su prioridad y de igual forma el interés intelectual de la juventud -la parte más afectada- como productor y consumidor de sus consecuencias directas e indirectas. Creo también que salud mental y violencia es uno de los temas más difíciles, enredados y ambiguos no solo para la salud, sino para el sistema de justicia, y todos los campos involucrados en las relaciones y el bienestar humano.

Salud mental/ Foto : La Hora

En qué nos equivocamos

Lo malo de nuestra forma de ver la importancia de la salud mental y la violencia es que omitimos su impacto sobre nuestra cotidianidad, al igual que hacemos con todas las enfermedades y es que tendemos a pensar todo en blanco y negro: la desnutrición, la pandemia, el cáncer, la violencia, cuando realmente no son tan claros ni en sus causas, su severidad, ni en sus consecuencias. Las muchas variantes de comportamiento que abarca la «salud mental y la violencia» son tan diferentes, variadas y ambiguas en causas e impactos que, casi cualquier cosa general que se diga sobre ellas, tiene excepciones.

Los estudios de este tema han evidenciado que tanto comportamientos biológicos y mentales propios de agresores y agredidos, como condiciones y situaciones del medio en que se nace, crece y desarrolla y que sin darnos ya cuenta, está lleno de injusticias, inequidades y discriminaciones, son elementos desfavorables y que van produciendo comportamientos claramente patológicos como incapacitantes que, de tanto repetirse en el medio nacional, se tornan tradición y costumbre y son aceptados como estándares por casi cualquier persona. Pasarse un semáforo, incumplir con horario y atención pactada, hacer cosas cuando nadie más puede ver y, en general, romper normas y recibir instrucciones prioritarias de nuestro cerebro deseante y afianzarlas gracias a un medio permisivo y tolerante, favorece que esas entidades biológicas intersubjetivas que somos, nos formemos dentro de una patología de agresión y frustración social y lo confuso resulta que nos consideramos normales, incluso profundamente religiosos u observantes, auto encajándonos social e individualmente en categoría normal.

encajándonos social/ Foto : La Hora

Es lo importante del tema el padecimiento claro y preciso

¡No! No me refiero a esquizofrenia florida o una depresión clínica clara y manifiesta o profunda o un trastorno bipolar severo como lo que más afecta la salud mental del guatemalteco. Todas esas enfermedades existen en un espectro de severidad por supuesto y hay espectros variantes dentro de ellas, y no estoy hablando de los extremos del espectro mórbido mental. Ahí por lo general, no hay mucho desacuerdo en que realmente son patologías de algún tipo. Me refiero a conductas y reacciones anómalas que fluctúan y hacen presencia en un medio permisivo: una falta de justicia y equidad que permite ocultarse, no negarse con mucha más frecuencia y que producen esa agresividad aumentada y violencia hacia el otro.

Mi segunda observación es que el tipo de conductas de las que estamos hablando que son de amplia distribución, a diferencia de caminar o respirar, o patologías claras, son más a menudo conductas que afectan las relaciones sociales o interpersonales. Entonces, la agresividad, la insatisfacción, la falta de mínimos vitales satisfechos como alimentación, salud, educación, justicia, son condiciones también que producen una forma grave de discapacidad, la discapacidad para comunicarse o llevarse bien o tener relaciones adecuadas con los demás. Esa es una discapacidad que no se limita a la persona, porque es una discapacidad que afecta a otros y a menudo a muchos y en mucho. De hecho, somos parte de una discapacidad social y nos convertimos en discapacitados a su vez. No podemos tener una relación normal con la persona y nuestro medio. Es como si pudiéramos caminar bien en algunos lugares, pero cuando vamos a ciertas áreas: el hogar, el trabajo, las calles, el territorio cerebral normal no nos sirve, no nos permite la condición denominada normal, caminar correctamente y es entonces que nos transformamos.

 

Mi tercera observación es que debido a que la enfermedad mental significa que todos tenemos algún tipo de discapacidad, es incluso más importante que cuando se considera por sí sola. Solo el más duro de los corazones no entiende que puede causar un gran dolor y soledad, sin mencionar comportamientos destructivos o autodestructivos que pueden poner en peligro a la persona o a los demás. Pero más allá de eso solemos olvidar que su discapacidad también es nuestra discapacidad. Es contagioso de la misma manera que un virus puede ser contagioso. Las cuarentenas restringen a las personas que están expuestas, pero que no están infectadas. Cuando estamos separados de las personas con el tipo de discapacidad conductual de la que estamos hablando (como quieras llamarlo), es decir, el tipo de discapacidad que interfiere con las relaciones con los demás, nos estamos poniendo en cuarentena, limitando nuestra propia libertad y formando un cerebro agresivo también. Las dificultades con las relaciones, crean una sensación de malestar aun consigo mismo y cierta incapacidad para captar las señales sociales. Cada vez que tenemos problemas con alguien en el trabajo, con nuestros familiares, cónyuges, etc. o socialmente, acudimos inmediatamente al meme «No soy capaz de y por consiguiente… fuera o ataque» y nos sentimos ante la evasión normales.

Es muy probable que esos desórdenes de conexión social en que vive nuestra sociedad, sea una de las limitaciones a todo tipo de salud más crueles que existen, pero también una prioridad que impide moverse hacia una nación justa y democrática. Bajo ese estado, casi todos somos una especie de nerds ensimismados y poco atentos.

 

La agresividad la formamos, no la tenemos

Deberíamos aceptar que la agresividad de que nos revestimos, es una enfermedad mental; puede hacer que los que los que la utilizamos como medio para estar y vivir, pone en peligro –sin necesariamente eso sea consciente- a otros e incluso estos sin conexión alguna con el agresor (la violencia como respuesta al acto agresivo percibido): por supuesto que los más cercanos al agresor, corren un riesgo mayor de volverse incapaces de responder a las necesidades del agresor y adoptando muchas veces como reacción conductas similares. En el caso de la agresión política, su impacto supera con creces las víctimas. Y algo peor en el tipo de violencia política, cuando esta es sistemática y constante, una parte de la reacción a la enfermedad mental implica miedo.

Finalmente, el problema violencia al ser de alta magnitud y dimensión, es que se forma un mundo social con un espectro de comportamientos tan variados, pero apuntando a lo mismo: a múltiples tipos de agresión. Solo las personas en las colas de la curva para cada comportamiento, están con manifestaciones claramente «enfermas», pero es una pendiente resbaladiza que vota todo a su paso.

la enfermedad mental implica miedo/ Foto: La Hora.

En resumen: somos constructores de violencia y enfermedad mental

El costo para todos nosotros, para el país, es horrible. No se detiene porque gran parte del problema es que los niños están a la cola de todos los comportamientos adultos imaginables: nuestros niños no están protegidos de los males sociales, de hecho, están activamente expuestos a lo peor que nuestra sociedad tiene para ofrecer y para imitarlo y perpetuarlo, pues es de siempre que nuestros niños, están al tanto de las fechorías sexuales, sociales y legales de sus padres. Los alcohólicos/drogadictos, corruptos, a menudo piensan que son buenos padres, un engaño que es solo el comienzo de sus problemas como padres. Nuestras leyes de protección infantil no funcionan y solo se enfocan en aquellos con bajo nivel socioeconómico. Es mucho lo que queda por hacer más allá de denunciar.