Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Tras el poderío de Rusia se descubren dos pilares fundamentales que sostienen todo el edificio. Dos líderes, extraordinarios estadistas que gobernaron en el siglo XVIII. Al principio de esa centuria emergió la figura colosal (en todo sentido) de Pedro y el cierre de siglo le correspondió a Catalina. Ambos “Grandes” como corresponde su registro en la Historia. Suerte tuvo esa gran nación de contar con dos dirigentes que, aunque autocráticos, fueron nacionalistas e inteligentes.
Catalina II, que era alemana, se logró asimilar magistralmente. Se convirtió en la más rusa de las rusas. Era una mujer dinámica, inteligente muy inquieta en asuntos del amor a juzgar por la secuencia de amantes que tuvo. Pero también era inquieta en casi todas las otras ramas; mantenía nutrida correspondencia de alto nivel con muchos filósofos y literatos de la Ilustración, entre ellos el mismísimo Voltaire. Pero es otra la faceta que ahora me ocupa de la zarina.

Entre los intereses de Catalina estaba la tecnología de punta y de esa cuenta seguía con detalle las investigaciones de la medicina preventiva en contra de la viruela preocupada por una plaga que azotaba a Rusia. Había un supuesto remedio que empezaban a llamar “vacuna” porque al parecer las vacas tenían el agente de inmunización. El doctor Thomas Dimsdale había desarrollado una idea que consistía en hacer un corte el hombro, sangrar y en la herida colocar pus de alguien que padeciera la enfermedad. Parecía una locura. Contradictorio. Repulsivo. Por eso nadie se quería vacunar. A principios de 1760, incontenible la epidemia, Catalina mandó a llamar al tal Dimsdale para que vacunara a la población, para dar el ejemplo obligó a todos los nobles pero, ella fue la primera. Le escribió a Federico II de Prusia (otro algo grande) adversario de la inoculación: “Tuve que tomar una decisión: permanecer en peligro real toda mi vida junto con miles de otras personas o estar expuesto a un peligro considerablemente menor y salvar muchas vidas.”

Hay que resaltar la valentía de Catalina pero más la de Dimsdale. ¿Qué tal si hubiera habido una reacción negativa? A Siberia si tenía suerte. Y en general un reconocimiento a los científicos de esa época que no contaban con los adelantos tecnológicos. Se conducían por pura intuición.
Y aunque poco se hable de ello, la iniciativa de Catalina salvó muchísimas vidas pues se propagó en Europa la vacunación. En la España de las dos riberas pensaron que había que llevarla a Las Indias. Pero ¿cómo?
El científico Francisco Javier Balmis, médico militar alicantino, organizó lo que vino a ser la primera misión sanitaria internacional. Convenció al rey para enviar una expedición que zarpó de A Coruña en noviembre de 1803. El plan de Balmis era muy ingenioso: llevaban 22 niños huérfanos que sirvieron como portadores (literalmente) sucesivos de la viruela. De dos en dos se iban inoculando; así se aseguraban la cadena de transmisión, por si alguno muriera. A los 9 o 10 días brotaría fluido de sus llagas que a su vez se inocularía en la siguiente pareja; 10 días después al tercer turno y así sucesivamente calculando llegar a la América Hispana donde la corbeta María Pía se movilizó por todas las riberas del Caribe, luego Tejas hasta Chiloé. Un procedimiento muy ingenioso aunque sumamente cuestionable. Pobres huérfanos que hicieron de laboratorios humanos. Alguien podrá decir que el resultado justificaría los medios. Interesante. La viruela asolaba comunidades completas y fue, con el sarampión, el arma más efectiva de los conquistadores.

A todo esto ¿Cuándo nos podremos vacunar?

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