Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Este año 2020 no ha sido fácil, no porque los anteriores hayan sido diferentes, sino por los desafíos extraños que nos ha tocado enfrentar.  En realidad, la vida misma es complicada, ya levantarse, respirar, caminar y trabajar es fatigoso.  Sí, se puede ver desde un ángulo más feliz, pero eso no quita la penuria de los días.  La vida es milicia, decía Job y, a juzgar por su intención, no creo que se refiriera a hechos de naturaleza romántica.

Cumplido los períodos queda revisar lo acontecido.  ¿Qué se puede descubrir?  De todo: virtudes, defectos, frustraciones, fracasos y muchas intenciones fallidas.  Un historial que no siempre es motivo de orgullo.  Eso lo saben los amigos y quizá más los enemigos que se encargan de hacer más grande las flaquezas.  Lo sabemos también nosotros que conocemos nuestro interior a veces perverso, inclinado al mal e inexplicablemente víctimas de la naturaleza caída.

Porque hay en nosotros eso que llaman los cristianos “mysterium iniquitatis”, esto es, la propensión a la maldad.  ¿Y quién está libre de ese “pecado”?  A poco que veamos, nos daremos cuenta de que nuestra conducta no deriva habitualmente en lo deseable, en la bondad o en la virtud.  Lo corriente es insistir en lo que a la postre nos causa vergüenza e indignación.  No sabemos explicar cómo llegamos a ello sino declarándolo un misterio.

Como cuando uno se encuentra en un contexto en el que no nos reconocemos.  Sí, siendo por ejemplo un verdugo, castigando al débil, aprovechándonos del indefenso, solazándonos del infeliz.  O cuando nos abandonamos al egoísmo viviendo como lobos solitarios, desvinculados de los demás para vivir según los límites del placer.  ¡Cuántas veces no nos sorprendemos de nuestras miserias!

Ese hecho contrasta con el concepto optimista construido por nosotros mismos.  No neguemos que a veces nos creemos buenos.  Con frecuencia ocurre sentirnos llenos de bondad, amorosos, sensatos, nobles y con una ética irreprochable.  Lo restregamos en la cara a los demás sintiéndonos solventes, hermanas de la caridad y casi inmaculados.  Hasta que nos llega esos momentos de luz en los que bajamos la cerviz y reconocemos nuestra oscuridad.

Esa lucha entre eso que llaman “el amor querido y el amor queriente” es el contenido de la vida.  La distancia entre nuestros deseos de rectitud y el fracaso del intento.  La humillación por los resultados que muestran públicamente nuestra catadura moral.  Esa consistencia humana limitada, lejos del sueño de perfección quizá alguna vez concebido.

Como ve, son fechas en las que no necesariamente se recoge. La tierra no siempre es fértil ni los labradores los mejores.  Toca también dar espacio a la humildad, no para hundirnos en el desasosiego, sino para superar las algarrobas que nos alimentan.  Me refiero a sofisticar nuestro paladar existencial para acceder a mejores platillos morales. Eso pasa por el examen sincero que obligan estos días del mes.

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