Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

Sobre la quemadura de una mínima parte del llamado bombásticamente Palacio Legislativo corren – acaso bulos- dos o tres versiones como en todo hecho humano o social de cierta importancia que puede o no trascender. Igual que corren ¡aún!, belicosas versiones entorno al incendio-holocausto de la embajada Española en 1980. ¡Ese sí que fue incendio en toda forma! Y sobre el cual la alta burguesía y los terratenientes encomenderos de la “Finca Guatemala” tienen una versión; y otra -u otras- las víctimas directas -y los periodistas y amigos de los diplomáticos- masacrados en ella. Como yo, que era íntimo amigo de Jaime Ruíz del Árbol, cónsul.

En el siglo XIX y acaso como efecto del magín tremendista de Baudelaire, se hizo corriente en Francia la frase “(pour) Épater le bourgeois”. Es decir, hay que hacer cosas (sociales, artísticas, culturales) para que el burgués se caiga de culo.

Y eso es lo que ha sido la chamusquina del Congreso: un acto agresivo del estudiantado para llamar la atención (de manera un tanto más contundente que los pacíficos matrimonios y familias ¡con bebés!, de la “Plaza”) de Giammattei, de su abusivo Miguelito, del medio atinado o medio aturdido Vice. Y ¡no se diga!, de la Corte Suprema de Injustica (que sube y baja impíos magistrados de y para la CC) y de la panda de glotones diputados que comen pasteles -como María Antonieta- mientras el populacho fallece de hambre.

¿Quién medio chamuscó el Congreso ese Sábado de Gloria, que aguó o amargó a las discretas familias, niños y ancianos que llenaban la “Place de la Concorde” y de la angélica y pacífica armonía celestial familiar, al lado de la catedral del níveo monseñor?

Como digo, al igual que en el incendio de la neroniana Roma, hay dos o tres versiones. Yo, como anarquista de corazón, porque el anarquismo (para quienes no lo sepan) es la máxima expresión de la libertad, la chamusquina del Congreso fue de factura un 80% estudiantil del mi gloriosa S. Carlos. La única universidad del país que, de vez en cuando, enseña los cojones. Lo que, lejos de estigmatizarla, la honra y ensalza. Para otros, la chamusquina que no pasó a mayores (debieron para mi gusto modernizador haber destruido su portada-retablo vintage obnubilada, desactualizada y alucinadamente neoclásica) fue obra de los lobos y los doberman de la G2 y de la SAAS. Perdón, pero cuando leí esto ayer domingo en el Peladero del “Suplemento Bancario Zamoriano”, me dio ¡tal ataque de risa!, que experimenté líquida relajación de esfínteres. Y –finalizando versiones- para los burguesitos o pequeño burgueses de la “Plaza”, fue un acto de total villanía vandálica “de quienes desconocen el valor de nuestro patrimonio cultural”. El Palacio y el Congreso, señores, son monumentos ¡de mal gusto retrasado!, al despotismo. Estrada Cabrera y Ubico llenaron de chatarrería neoclásica el país.

En mi columna del sábado 21 (infausto para Giamma, pero de Gloria y Resurrección para los anarquistas de corazón) decía yo que iría a la Plaza si mutaban las formas de expresión del descontento popular (de una cantata del Himno y una plácida sensación de haber cumplido con el deber) y en cambio irrumpía beligerante algo más guerrero. ¡Y lo hubo! ¡Y lo celebro!

La violencia y el terrorismo de Estado tenemos décadas y siglos (concretamente desde la famosa anti-Independencia de 1821) de padecerlos con la resignación sometida del Redentor.

La violencia y el terrorismo de Estado han sido nuestro pan y agua de cada día. La violencia y el terrorismo de Estado se ejercen con las armas de fuego, pero más sutil y perversamente con la veda a los accesos del desarrollo humano.

La chamusquina del Congreso puede y deber ser un renacer. Un renacimiento guatemalteco a la libertad. A la libertad de tener un pan, un techo, una camisa que la Constitución dizque nos garantiza, pero que Giammattei y sus huestes oligarcas y militares nos niegan.

Hay que seguir chingando al burgués para que caiga de culo. Pour épater.

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