Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Hablar de la desnutrición infantil en un país como Guatemala es algo que trasciende y que va más allá de lo que a simple vista podemos apreciar cotidianamente. Algo que afecta no solo el presente de quienes la padecen, si no también su futuro personal y colectivo en el marco de la sociedad. Y aunque claro, cualquier acción honesta y seria que se emprenda para contrarrestarla y llevarla a porcentajes más bajos es aplaudible, en tanto que problema social, ciertamente aún hay mucha tela que cortar. Las causas estructurales y socioeconómicas del fenómeno son complejas y de larga data ya, sin duda. Y si tomamos en consideración el hecho de que existen en el país algunas áreas (particularmente rurales) en donde la malnutrición infantil alcanza incluso el 80% de la población, la situación adquiere (o debiera adquirir), un matiz realmente preocupante de cara al futuro del país en su conjunto. Según UNICEF, Guatemala es el sexto país en el mundo con los índices más altos de malnutrición infantil, lo cual, en una escala global, resulta, más que preocupante, verdaderamente alarmante (datos obtenidos en: https://www.unicef.es/noticia/desnutricion-en-guatemala). La desnutrición afecta no sólo el estómago de los seres humanos, que usualmente es el hecho más obvio, sino que incide a largo plazo y directamente en otros aspectos tanto físicos como psicológicos, cognitivos y del aprendizaje escolar: la estatura física, la propensión a adquirir ciertas enfermedades y afecciones cutáneas, la capacidad de concentración y retención de conocimientos, el agotamiento físico, entre otros… Y siendo así, vale la pena preguntar ¿qué futuro puede esperarle a un pueblo cuyas nuevas generaciones no logran suplir las necesidades mínimas de nutrientes indispensables para un buen desarrollo físico y de sus habilidades cognitivas? ¡Preocupante, ¿verdad?!… Reza un conocido refrán popular que a veces se escucha “mucho ruido y pocas nueces”, haciendo clara referencia a la poca voluntad que en ocasiones existe para la solución o búsqueda seria de soluciones que permitan cambiar la incertidumbre de panoramas tan sombríos y nefastos como el de la desnutrición infantil en el país. Lamentablemente, ese fenómeno se sumerge en una suerte de círculo vicioso en el que se encuentran íntimamente ligados otros padecimientos como la falta de empleo y la falta de acceso a educación y salud, convirtiéndose, unos y otros, en causas y también en efectos de un mismo mal. La actual coyuntura de pandemia ha venido a desnudar abundantes realidades que quizá muchos quisieran esconder, pero que están allí. Y tarde o temprano, como todo en la vida, pasarán una factura que puede ser muy alta si no se le presta la debida atención cuando es debido. Mucho me temo que eso es lo que ocurrirá (como ya se ha evidenciado), con el tema de la desnutrición infantil y su futuro. Los índices de desnutrición aguda y severa en Guatemala se están incrementando, eso es innegable, y es urgente hacer algo al respecto si no queremos lamentarlo -aún más- el día de mañana.

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