Mariela Castañón

mcastanon@lahora.com.gt

Licenciada en Ciencias de la Comunicación, once años de ejercicio periodístico en la cobertura de niñez, juventud, violencias, género y policiales. Becaria de: Cosecha Roja, Red de Periodistas Judiciales de América Latina, Buenos Aires, Argentina (2017); Diplomado online El Periodista de la Era Digital como Agente y Líder de la Transformación Social, Tecnológico de Monterrey, México (2016); Programa para Periodistas Edward R. Murrow, Embajada de los Estados Unidos en Guatemala (2014). Premio Nacional de Periodismo (2017) por mejor cobertura diaria, Instituto de Previsión Social del Periodista (IPSP). Reconocimiento por la "cobertura humana en temas dramáticos", Asociación de Periodistas de Guatemala (2017). Primer lugar en el concurso Periodístico “Prevención del Embarazo no Planificado en Adolescentes”, otorgado por la Asociación Pasmo, Proyecto USAID (2013).

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Mariela Castañón
mcastanon@lahora.com.gt

Hace algunos años conocí a *Ana (nombre ficticio), una mujer de 42 años que laboraba como trabajadora sexual en La Línea. Su niñez estuvo marcada por violaciones y agresiones sexuales, que incidieron negativamente en su vida. No sé si es casualidad, pero muchas de las trabajadoras sexuales que he entrevistado han sufrido violencia sexual de niñas, lo cual, a mi criterio, es un fuerte llamado de atención para proteger a la niñez y en seguir insistiendo, en el respeto que debe predominar para las niñas y mujeres.

Cuando conocí a Ana me pareció muy agradable, siempre sonriente y dispuesta a ayudarme en mi trabajo periodístico. Yo empezaba a investigar y aprender sobre la trata de personas y sus diferentes modalidades, y ella me ayudó en lo que pudo, incluso hasta compartió su historia personal y me permitió publicarla con un nombre ficticio.

Ana me explicó que a los 6 años fue violentada sexualmente por un trabajador de su papá cuando vivía en Zacapa. Después fue agredida sexualmente por el padrastro de su papá, a quien identificó en la conversación que mantuvimos como “el señor”. El hombre adulto, “entre bromas” manoseaba a Ana y después “le regalaba” 25 centavos.

Ana admitió que cuando empezó a crecer y darse cuenta de lo que le ocurrió, “quería matar” a sus agresores, pero nunca lograba reunir dinero para pagarle a alguien para cometer el delito. El padrastro de su papá falleció antes de que ella tuviera dinero para lograr su objetivo, al otro le perdió la pista y prefirió dejar de buscarlo. Ana, sin duda, estaba muy afectada psicológicamente por lo que le había sucedido.

Me sorprendió mucho como Ana se culpaba de lo sucedido, porque en sus palabras, empezó a prostituirse a los 7 años, por los 25 centavos que le daba el padrastro de su papá, sin embargo, yo le cuestioné sobre lo que me dijo, pues realmente no se trataba de que ella se prostituyera desde esa edad, porque era una niña, más bien, fue la víctima de un hombre adulto que se aprovechó de ella.

A veces es muy difícil hacer entender a las víctimas que son ellas quienes fueron afectadas por un delito y no son culpables de lo que les pasó; se necesita mucha ayuda psicológica en estos casos.
Ana y otras mujeres que han sido afectadas por violencia sexual y que he entrevistado en los últimos, me permiten llegar a la conclusión de la necesidad de crear entornos protectores para la niñez y adolescencia, en donde todos los sectores deben estar involucrados: Estado, familia y sociedad.
Además, de seguir insistiendo en el respeto por estos sectores de la población. No es justo que adultos arruinen la vida de estas personas, que merecen vivir plenamente.

Si los lectores deseen buscar el reportaje del que hago alusión en este texto, sobre la historia de Ana y la trata de personas, el cual fue publicado por La Hora con el título “Mujeres y niñas en la mira del comercio sexual”, pueden buscarlo en https://lahora.gt/hemeroteca-lh/mujeres-y-nias-en-la-mira-del-comercio-sexual/.

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