Raul Molina Mejía

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Nació el 20/02/43. Decano de Ingeniería y Rector en funciones de USAC. Cofundador de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG) en 1982. Candidato a alcalde de la capital en 1999. Profesor universitario en Nueva York y la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Directivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG).

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Raúl Molina

La “normalidad” del CACIF, verdadera anormalidad, lleva el signo de muerte. Este grupúsculo se opone tenazmente al Acuerdo 15-2020 del Congreso, con lo cual a las muertes por COVID-19 se añadirían las muertes por hambre y desnutrición. Hoy salen a la Avenida de la Reforma, en auto, desde luego, para reclamar su “libertad” y que los dejen volver a sus actividades económicas sin restricción alguna. Y, además, con subsidios del Estado, al cual desprecian, sin dejar por ello de utilizarlo siempre que están en problemas. La normalidad es reabrir sus operaciones con la mesa limpia; la pandemia se ha encargado de mandar a empleados a su casa o a cementerios y hospitales y ellos se han librado de pagar salarios y prestaciones. Casi parece un loteriazo para ellos: no tendrán pérdidas y con las y los trabajadores será borrón y cuenta nueva. Para ello cuentan con el Poder Ejecutivo a sus pies y un tanate de diputados y diputadas fáciles de comprar. Si la ampliación presupuestal ya aprobada no les alcanzara, simplemente pondrían a los dos Poderes a endeudar al país mucho más. Ya serán las generaciones futuras las que vean cómo pagan la deuda, mientras que ellos y sus descendientes deciden si se quedan en este país o se marchan a otro a gozar sus fortunas. La normalidad de muerte del CACIF, grave anomalía aun en un continente depredado, brota detrás de cada piedra en Guatemala, con niños desnutridos, personas enfermas y hambrientas, jóvenes sin empleo ni recursos, campesinos sin tierra que son perseguidos para quitarles los pocos recursos que les quedan, trabajadoras y trabajadores explotados –como en las maquiladoras, que no han parado de producir ropa no esencial, bajo condiciones inhumanas- y fuerzas militares y paramilitares para cuidar a los poderosos.

Esa anormalidad no debe continuar. Las masas populares no han dejado de luchar un solo día por el cumplimiento del Acuerdo de Paz Firme y Duradera, para recuperar y/o defender las conquistas de la Revolución de Octubre y crear mejores condiciones de vida para toda la población; pero lo han hecho, la mayor parte del tiempo, de forma parcial, para enfrentar la injusticia que más daño les produce, sin asumir la lucha de manera más colectiva. De esa forma, nos hemos dado de cabeza contra los muros impuestos por los sectores de poder. La pandemia nos ha venido a demostrar, de manera brutal, que las luchas parciales son importantes; pero que, a la larga, la responsable de que seamos Estado fallido y neocolonial es la alianza entre Estados Unidos y el CACIF. Vemos así que presidentes, como Jimmy y Giammattei, y las sucesivas legislaturas, son simples peleles que deben cumplir sus órdenes, al igual que las Cortes que ellos determinan y dirigen. En esta ecuación, los partidos políticos son peones, el crimen organizado es cómplice y las fuerzas armadas y de seguridad son los guardianes del status quo. Contra esta bazofia debemos organizarnos ya y desarrollar la marcha por la liberación de nuestros Cuatro Pueblos, porque la “nueva normalidad” ya planteada es posible y esencialmente necesaria. No esperemos al fin de la pandemia; éste es el tiempo óptimo para avanzar.

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