Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

post author

Adolfo Mazariegos

En las últimas décadas del siglo pasado los autores Lipset y Rokkan (Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan, respectivamente) popularizaron el concepto “clivaje”, término que utilizaron para referirse a una suerte de escisión en el marco de ciertos fenómenos abordados por las ciencias sociales, particularmente ciencia política y sociología, aunque no con exclusividad ciertamente; una suerte de parteaguas o línea horizontal mediante la cual, tomando como base quizá un trauma (golpe) o momento violento, se divide una cosa en dos. Hoy día, con todo lo que está ocurriendo en el mundo como producto de la pandemia que a todos nos alcanza de alguna manera, podríamos utilizar dicho término para referirnos a un antes y un después de la pandemia, lo cual nos llevará, inevitablemente -queramos o no-, a formar parte de una nueva normalidad a la que tendremos que acostumbrarnos más tarde o más temprano, y que no durará dos o tres meses como ya se aprecia, sino quizá dos o tres años (o quizá más, quién sabe). Esa nueva normalidad incluirá, por ejemplo, entre otras cosas, el uso prolongado e incómodo (pero necesario, seguramente) de mascarillas; periodos prolongados de espera quizá bajo el sol o aguantando las inclemencias del tiempo y tomando medidas de distanciamiento físico, en filas de bancos, tiendas, supermercados o almacenes; saludos lejanos y con poca efusividad a amigos, parientes y compañeros de actividades cotidianas; uso de tecnología, particularmente computadores e Internet (quienes pueden disponer de ello) para la realización de teletrabajo, estudios virtuales y encuentros grupales; los conciertos, obras de teatro, presentaciones de libros, actividades religiosas o torneos deportivos, probablemente tendrán que reiniciarse sin espectadores in situ; y, en muchos casos, seguramente, estaremos expuestos a un ojo crítico, indiscreto o controlador (según sea el caso) en virtud de que todo llamará la atención y hasta quizá sea objeto de reprobación o sanción: desde una débil tosecilla, hasta el incumplimiento de ciertas reglas mediante las cuales se nos permitirá ingresar a mercados, comercios, restaurantes, instituciones públicas e incluso hospitales y clínicas médicas, saltarán a la vista. El regreso a la normalidad, que será realmente una nueva normalidad, no obstante, no debe causar pánico, no debe ocasionar psicosis, es algo a lo que tenemos que enfrentarnos y bueno es que lo aceptemos de buen grado por el bien de todos, por más que nos cueste o por más que nos desagrade la idea. Es imposible que todos los seres humanos nos inmunicemos de la noche a la mañana para no ser susceptibles al contagio, y la creación de una vacuna cuyos efectos sean realmente los esperados tomará aún algo de tiempo. Lo que sí debe llamarnos a la atención en todo caso, puesto que ya está ocurriendo y pareciera ser un efecto colateral de la pandemia, aunque ciertamente ya venía de antes y ahora simplemente se hace más visible, es una paradójica “deshumanización de la humanidad”…, si acaso cabe la expresión. Algo que sin duda, merece un trato por separado.

Artículo anteriorLa mora judicial y el Covid-19.
Artículo siguienteDisciplina para cuando se relajen las medidas