Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Hace un par de días estuve conversando con un amigo a quien no veía desde hace ya un buen tiempo, siempre le he tenido en muy alta estima, y he de decir en su favor que lo conozco desde hace varios años y siempre ha demostrado ser una estupenda persona. En esta ocasión, como en otras anteriores, estuvimos conversando extensamente de uno y mil temas que fueron surgiendo sin que nos diéramos cuenta de ello, como si estuviéramos tratando de ponernos al día sobre cuestiones diversas de aquí y de allá (en términos generales, así fue), con una buena taza de café sobre la mesa y con nuevas tanto para él como para mí acerca de nuestros respectivos “mundos”. En mitad de la conversación, inesperadamente, me preguntó a qué atribuiría yo el hecho de que países asiáticos estén hoy día creciendo a un ritmo que en América Latina (en estos momentos) podría parecer probablemente algo impensable. No supe en un principio a cuenta de qué venía su pregunta, pero sin duda me hizo reflexionar de forma inmediata acerca del significado que algo así podría tener en el contexto guatemalteco, y aunque ciertamente, en cuestiones como esa resulta un tanto complicado emitir juicios sin conocer por lo menos un poco del panorama y algunos datos estadísticos al respecto, me atreví a decirle que para mí una de las claves para el desarrollo de los Estados es la educación. Así lo creo. Y así se lo hice ver aunque entiendo y estoy consciente, sin embargo, de que la salud, la seguridad, el empleo, la infraestructura y otros tantos tópicos que se constituyen en necesidades para un país como Guatemala, no pueden soslayarse de ninguna manera y menos cuando las necesidades y desigualdades son tantas y tan evidentes, y las respuestas o soluciones sumamente escasas o nulas las más de las veces. No obstante, lo reconozcamos o no, nos guste o no, estemos haciendo algo al respecto o no, la educación (aunada a la nutrición de un pueblo desde los primeros años de vida) es el punto de partida para encontrar soluciones a las problemáticas que plantea la vida humana en sociedad y por consiguiente, para el avance y desarrollo de cualquier país. En Guatemala no es un secreto que la educación –en términos generales– tiene serios problemas de cara al futuro y a los retos que los niveles de competitividad del mundo moderno plantea. Lo digo con todo respeto y con conocimiento de causa en virtud de los años que la vida me ha permitido ejercer la docencia universitaria en el área de las ciencias sociales, lapso en el que he tenido la fortuna de encontrarme con estudiantes brillantes y ejemplares, pero también con un alto número de falencias educativas (en estricto sentido académico) que pueden ser atribuidas a diversos factores pero, en un muy alto porcentaje, a un sistema educativo que ya resulta anacrónico y que provoca memorizar para el corto plazo más que entender y aprender para la vida […].

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