Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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De acuerdo con la identidad que profesemos y por la que nos sintamos integrados y estructurados, así será nuestra actitud ante la Historia, sobre todo en países con una inmensa mayoría de pueblos originarios que continúan en el sometimiento socioeconómico y en la exclusión.

El lapso que transcurre entre 2019 y 2021 ha sido elegido por el Gobierno mexicano y por diversas instituciones académicas de ese país, para conmemorar el tiempo en el que se consolidó la Conquista de lo que llegó a ser el Virreinato de la Nueva España, mismo del que en algunas de sus manifestaciones políticas y religiosas hicimos parte, como Capitanía General del Reino de Guatemala. Los 500 años de la Conquista de Guatemala los deberemos conmemorar el 25 de julio de 1524. Y los 200 años de la “Independencia” –en 2021– que a lo mejor se atraviesa como terrible casualidad convulsa, entre la formación-deformación de nuestra identidad que, en el DPI, se define simplemente: guatemalteco. ¡Qué simplismo el de las cosas de palacio!

Andrés Manuel López Obrador –y su esposa Beatriz Gutiérrez Müller– se perfilan –hoy en todos los medios de comunicación– por el reto sutilmente académico y medio diplomático enrostrados a la historia cruenta del Virreinato, que inicia su martirio racista –específica y simbólicamente– el 13 de agosto de 1521, hace casi 500 años. Lanzan una protesta universal nacida de la convicción de que es impositivo, justo y necesario un relato de agravios históricos, recibidos por los pueblos originarios de nuestras naciones –indígenas y ladino mestizas– los cuales la Corona y la Iglesia deben reconocer como tales y pedir perdón o dar (que no pedir, por favor) disculpas.

Y es nuestro Bernal tan denostado e injuriado por algunos que lo han llegado a llamar hasta impostor, pero admiradísimo por otros –como yo, autor de una biografía escolar de él– que hemos comprendido que, aunque cómplice censurable de Cortés y de Alvarado, es el testigo presencial que nos ha permitido ver con sus ojos objetivos y compasivos la Conquista en el Virreinato y en la Capitanía General, misma que también nos permite y nos autoriza sostener juicios en contra de los conquistadores que actuaron con crueldad suma y genocidio absoluto, aunque las actuales autoridades españolas quieran negarlo. Y es nuestro Bernal el cronista que ha impactado a doña Beatriz de López Obrador para escribir su tesis de maestría sobre Bernal, el único que nos cuenta con esplendor y grandeza, también, la Conquista española y el ingreso de las huestes hispanas a la ciudad de los palacios y de los reyes, que caminaban sobre sandalias con suelas de oro y pedrerías y jades sobre el empeine.

Nacida de aquellas lecturas, del conocimiento amplísimo de la historia mexicana y de la admiración u odio que podamos sentir –de un modo o de otro– por Díaz del Castillo, el matrimonio López Obrador ha tenido la iniciativa de hacer justicia a los pueblos originarios no sólo internamente sino también solicitando a la Corona y a la Iglesia que reconozcan que la Conquista fue una pavorosa violación a los derechos humanos y un indiscutible genocidio. De ello también da cuenta Diego de Landa O.F.M.

Los ofensores y represores no han estado a la altura de las circunstancias. Desde España y desde la “Santa” Sede las contestaciones han sido altaneras –de parte de PSOE en el Gobierno– y no digamos de los partidos conservadores de España que dan asco. Mientras que el Papa ha dado a entender que el no “pide” (sic) disculpas a cada rato. Que ya hizo lo propio en Bolivia. ¡Y sécate mestizo! Sí, ¡mestizo!

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