Francisco Cáceres

caceresfra@gmail.com

Nació en Guatemala el 19 de Julio de 1938; tiene estudios universitarios y técnicos en ciencias jurídicas y sociales, administración empresarial, pública, finanzas, comunicación, mercadeo y publicidad. Empresario, directivo, consejero y ejecutivo en diversas entidades industriales, comerciales y de servicio a la comunidad. Por más de 28 años consecutivos ha sido columnista en este medio.

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Francisco Cáceres Barrios
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Puedo asegurar sin ambages que me tocó vivir una época feliz durante mi niñez y juventud en la ciudad capital de Guatemala. Mis estudios de primaria y secundaria los realicé en el Colegio La Preparatoria situado aproximadamente a quince cuadras de mi domicilio, situado en el centro, yendo y regresando a pie de 7:00 a 12:00 por las mañanas y de 14:00 a 16:00 horas por las tardes, en un ambiente limpio, sin mayor contaminación y con una seguridad envidiable. Para garantizar que lo anterior no fue una ilusión sino una realidad práctica muchas veces le he preguntado a egresados de colegios como el Infantes, Liceo Guatemala, Inglés Americano, Modelo, Liceo Javier y tantos más, quienes confirmaron el criterio que la ciudad cambió para peor, en un relativamente corto espacio de tiempo.

Lamento que mis hijos y nietos no hayan podido disfrutar de las condiciones físicas y ambientales de aquellos dorados tiempos en que podíamos “sextear”, deambular de un colegio a otro de señoritas, para al menos poder ver de lejos a la rubia princesa de lindos ojos azules de nuestros sueños o a la hermosa morena de pelo negro que sabiendo de los divinos atributos con que nació, su cantoneo nos dejaba con gratas emociones de larga duración para el resto del día.

Es mentira asegurar que el dramático cambio se derivó simplemente porque ahora seamos muchos los habitantes en la ciudad, la que se quedó con la infraestructura del pasado, sino porque nuestros políticos nunca pudieron modernizar sus pensamientos. Se concretaron a seguir pensando en que llegar a ocupar un cargo público era el momento propicio para amasar o consolidar fortuna o bien, que a través de subterfugios, como la falta de valores y principios, sumando al indeseable afán de perpetuarse en el poder, les permitiría no solo conservar ese privilegio, sino que a través de los cargos públicos pudieran satisfacer sus intereses personales, incluyendo la infaltable arrogancia.

De esa cuenta, nuestro Parque Central, solo para citar un ejemplo, sigue siendo utilizado para continuar con la infaltable campaña electoral anticipada, dándole mate a nuestras aspiraciones de mejorar el estado emocional de quienes por sinnúmero de razones todavía residimos en ese mal llamado Centro Histórico, al que solo le vaya quedando las impresionantes estructuras físicas de la Catedral Metropolitana; del Palacio Nacional, ahora llamado “de la cultura” sin saber aún el porqué de las razones de su denominación; el Portal del Comercio; el parque Centenario con su antañona Concha Acústica y la Plaza Mayor o Plaza de la Constitución, estos dos últimos, utilizados para dotar a las más apartadas zonas aledañas de la capital de un sitio en donde se montan a lo largo de todo el año ferias de pueblo que, no solo contribuyen en gran manera a la contaminación ambiental, sino terminan de ocultar las razones del porqué se le agregó el término de “histórico” a su denominación.

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