Ricardo Alvarado Ortigoza

Sin duda estamos asistiendo a un avance impresionante del crimen en Guatemala. Las viejas diferencias entre las resistencias conservadoras y las fuerzas progresistas llegaron al conflicto sociopolítico armado en la segunda mitad del siglo pasado con el cruento resultado ya conocido y sin haberse logrado la solución del mismo. La continuidad un conflicto no resuelto ni superado, dio paso al deterioro socio institucional y la desaparición de la política y los actores de la misma y su suplantación por la reproducción ampliada de múltiples organizaciones criminales incrustadas en el Estado, sus organismos, instituciones, Comisiones de Postulación y partidos políticos y en diferentes ámbitos societales, de tipo gremial, sindical, universitario, etc.

El Estado cooptado fue ocupado en sus espacios por aventureros de la política que en seguida se convirtieron en poderosos actores de la corrupción, trata de personas, narcotráfico con la consecuente violencia delincuencial. Con raras y escasas excepciones como el PDH, el MP, la SAT, instituciones actualmente acosadas y cercadas, la casi totalidad institucional se pudrió. La administración de justicia inepta y sobornada, la representación parlamentaria ocupada no por partidos políticos, sino por clicas de una misma “mara” y finalmente la ignorancia y torpeza encargada de la gestión de gobierno, son los actores principales del escenario que estamos presenciando en el inicio del nuevo año. La amenaza del imberbe y nuevo presidente del Congreso, que como su padre no entiende su condición de mandatario, sobre no atender a sus mandantes ni a instituciones como el TSE, la inmediata instrumentalización de fuerzas oscuras accionando contra el PDH y el Directorio de la SAT y prediciendo la expulsión de la CICIG, son muestra de la agresividad desesperada de los criminales procesados y en espera de procesamiento.

En el marco de esa situación, aun se dan esfuerzos por tratar de entender la situación con análisis jurídicos y políticos agotados, de analistas que han hecho de ello su modo de vida, sobre una crisis que dejó de serlo para volverse una estructura crónica a la que le corresponde el estudio de expertos en sociología criminal. De igual forma, a la sociedad abatida por la miseria, la enfermedad y la violencia, se insiste en pretender ilusionarla con el fin de esta tragedia, presentándole opciones electoreras en el mismo sistema viciado y podrido, que absorberá indefectiblemente las opciones nuevas con todo y su buena voluntad que las impulse. No es posible jugar limpio en un chiquero. Las instituciones en lugar de funcionar y responder a actores nuevos bien intencionados, más temprano que tarde ayudará a desprestigiarlos a la vista de la ciudadanía harta de los impostores de la clase política.

Pareciera ser un callejón sin salida, aunque todavía está la esperanza de promover una activación social que no por prescindir de las instituciones políticas deja de ser política y en su forma espontánea y genuina que los “próceres” no le permitieron hace casi 200 años. El estudio de esta opción es a la que deben destinarse todos los esfuerzos.

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