G. Becares

La “nomofobia” es considerada por algunos expertos como “la epidemia del siglo XXI”.

Hace años que los despertadores que encendían la radio cuando era hora de levantarse no habitan las mesillas de noche. Mandar un SMS es un gesto casi tan romántico como enviar una postal, y comprar físicamente películas y series de televisión se ha convertido en una costumbre propia de coleccionistas. Esos cambios cotidianos se deben, en gran medida, a la llegada del teléfono móvil, que ha permitido tenerlo todo en un solo dispositivo que siempre está en nuestro bolsillo. Así, podemos enterarnos al momento de las últimas noticias, contestar correos electrónicos desde la cama o localizar a nuestros amigos del instituto tras años sin verlos, pero… ¿A qué precio?

Si hace unos años se hablaba de los góticos, los raperos o los punkies, hoy una nueva ‘tribu’ urbana se asienta cada vez más en las grandes ciudades: los desconectados. No llaman la atención por llevar una determinada ropa, muchos pendientes o el pelo de colores, pero sí los reconocerás cuando intentes mandarles una petición de amistad y te vuelvas loco pensando que acabas de conocer a alguien que no existe. O, al menos, no en la red.

A mediados de 2017, Facebook anunció que había superado ya la barrera de los 2,000 millones de usuarios activos, cifras que la convertían en la red social con mayor número de seguidores. Tras ella se encuentran plataformas como YouTube –que supera de largo el millar de registros– y otras como Instagram, Google+, Twitter, LinkedIn o Snapchat, que siguen lejos de las cifras conseguidas por la red social de Zuckerberg pese a sumar un número creciente de adeptos. Aunque se trate de una aplicación móvil de mensajería y no una red social como tal, también cabe mencionar el papel de WhatsApp, propiedad de Facebook desde el año 2014 y utilizada como vía de comunicación por más de 1,200 millones de personas cada día.

Según un estudio reciente, el 5% de los españoles sufre adicción al móvil, y más del 15% hace uso excesivo del mismo, a unos niveles que podrían llevar consigo otros problemas como ansiedad, depresión o alcoholismo en casos extremos. Se trata de una adicción que preocupa a psicólogos y a padres, ya que afecta sobre todo a los más jóvenes, que han tenido móviles desde edades muy tempranas y casi no pueden imaginar su vida sin ellos, ni dentro del ámbito académico ni de su tiempo de ocio.

Así, mientras la inmensa mayoría de la población utiliza a diario el teléfono móvil e incluso reconoce ser incapaz de salir de casa sin él –una patología denominada ‘nomofobia’ y considerada por algunos expertos como ‘la epidemia del siglo XXI’–, unos pocos han decidido alejarse de la vorágine de vivir conectados las veinticuatro horas al día.

Carlos tiene 27 años y pertenece a esa pequeña ‘resistencia’ que ha decidido vivir al margen de redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram. La pérdida de tiempo navegando en los perfiles de los demás es uno de los problemas que señala el joven, desconectado desde hace años por voluntad propia. “Tampoco me gusta airear lo que hago o dejo de hacer, y me resulta un lenguaje muy artificial en el que creas un escaparate para mostrar solo lo que tú quieres que la gente piense de ti. Tener Facebook alimenta algo que a mí me parece claustrofóbico: tener la obligación de pertenecer a un estereotipo o a una etiqueta”, explica Carlos. Aunque reconoce que nunca llegó a sentirse marginado por ello, el miedo al aislamiento social es uno de los principales problemas que ven quienes no se atreven a dar el paso, aunque al final muchos eligen proteger su privacidad y sus datos antes que poder estar en contacto constante con el mundo.

 

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