José Carlos García Fajardo

Sin superar la posibilidad de un holocausto con armas atómicas cada vez más potentes y sobre cohetes más “inteligentes”, hasta el punto de hacerlos invisibles e indetectables sus trayectorias, se inventó otra forma de guerra: la guerra cibernética, llamada también guerra informática, guerra digital y ciberguerra.

Como hay un exceso de acumulación de capital hasta el punto de que las grandes corporaciones no saben dónde aplicarlo en lugar de aplicarlo a la sostenibilidad del medio ambiente, al control de la explosión demográfica o mejorar la educación y la salud pública, han convergido, como moscas en la miel de la “satisfacción” inmediata en otras armas de destrucción masiva, con rentabilidad más rápida.

Estos son los datos que nos proporcionó este año 2017 la agencia de políticas de desarrollo, Oxfam, presente en 94 países y asesorada por científicos del MIT: el 1% de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza del mundo. El 20% más rico posee el 94,5% de esa riqueza, mientras que el 80% debe conformarse con el 5,5%. Es una profunda desigualdad que traducida éticamente significa una injusticia perversa.

Al parecer, esta excesiva concentración no ve sentido en aplicaciones productivas porque el mercado empobrecido no tiene condiciones de absorber sus productos. O continúan en la rueda especulativa agravando el problema o encuentran otras salidas rentables a las aplicaciones. Varios analistas, como William Robinson de la Universidad de California, Santa Bárbara, que publicó un brillante estudio sobre el tema, y también Nouriel Rubini, que previó la debacle de 2007-2008, refieren dos salidas para el capital ultra concentrado: invertir en la militarización comandada por el Estado, construir nuevas armas nucleares o invertir en guerras locales, guerra contra las drogas sin considerar las víctimas colaterales en el uso de medios devastadores en personas y en terrenos, en la construcción de muros fronterizos, en inventar nuevos aparatos policiales y militares.

También buscan hacer grandes inversiones en tecnología, robotización, automatización masiva y digitalización, cubriendo, si es posible, todos los ámbitos de la vida. Si la inversión en 1980 era de 65 mil millones, ahora ha pasado a 654 mil millones. En esta inversión están previstos servicios de control de las poblaciones, verdadero estado policial y las guerras cibernéticas.

En la guerra cibernética no se usan armas físicas sino el campo cibernético con la utilización de virus y hackers sofisticados que entran en las redes digitales del enemigo para anular y eventualmente dañar los sistemas informáticos. Los principales objetivos son los bancos, los sistemas financieros o militares y todo el sistema de comunicación, incluido el de la medicina en sus diversas manifestaciones: desde el “fármaco” al paciente hospitalizado. Los combatientes de esta guerra son expertos en informática y en telecomunicaciones.

Ya en 1999 en la guerra de Kosovo, los hackers atacaron incluso al portaaviones norteamericano. Tal vez el más conocido fue el ataque a Estonia el 26 de abril de 2007. El país se jacta de poseer casi todos los servicios del país informatizados y digitalizados. Un pequeño incidente, el derribo de la estatua de un soldado ruso, símbolo de la conquista rusa en la última guerra, por civiles de Estonia sirvió de motivo para que Rusia dirigiera un ataque cibernético que paralizó prácticamente todo el país: los transportes, las comunicaciones, los servicios bancarios, los servicios de luz y agua. Los siguientes días desaparecieron los sitios del Parlamento, de las Universidades y de los principales diarios. Las intervenciones venían de diez mil ordenadores distribuidos en distintas partes del mundo. El jefe de Estado de Estonia declaró acertadamente: «nosotros vivíamos en el futuro: bancos en línea, noticias en línea, textos en línea, centros comerciales en línea; la total digitalización hizo todo más rápido y más fácil, pero también creó la posibilidad de hacernos retroceder siglos en segundos».

El virus Stuxnet, producido posiblemente por Israel y Estados Unidos, ya es muy conocido desde que logró entrar en el funcionamiento de las plantas de enriquecimiento de uranio de Irán, aumentando su velocidad a punto de agrietarse o imposibilitar su funcionamiento.

El mayor riesgo de la guerra cibernética es que puede ser conducida por grupos terroristas, como el ISIS o por otro país, paralizando toda la infraestructura, los aeropuertos, los transportes, las comunicaciones, los servicios de agua y luz e incluso romper los secretos de los aparatos de seguridad de armas letales y hacerlas disparar o inutilizarlas. Y todo esto a partir de cientos de ordenadores operados desde diferentes partes del planeta, imposibilitando identificar su lugar y así hacerles frente.

Estamos frente a riesgos innombrables y muchos desconocidos, fruto de la razón enloquecida. Sólo una humanidad que ama la vida y se une para preservarla podrá salvarnos. En ello nos va el logro de una sociedad de sobriedad compartida en el que todos tuviéramos acceso a los medios suficientes en salud, educación, comida sana y equilibrada, así como a una materno/paternidad responsables y de acuerdo con las curvas demográficas para mantener un equilibrio capaz de proporcionarnos una vida digna en una tierra respetada así como con unos medios de fabricación y de transporte que evitaran la contaminación del planeta que nos sostiene. Esta es la base de la epiqueya/equidad aristotélica para moderar la aplicación de una auténtica justicia distributiva y conmutativa sobre la que se asiente el orden social y político en el mundo.

 

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