Emilio Matta Saravia
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El salario mínimo siempre es un tema de acalorados debates entre quienes lo sostienen y quienes lo rechazan. Sus defensores argumentan que toda persona tiene derecho a un salario digno que cubra sus necesidades básicas, mientras que sus detractores indican que su sola existencia causa desempleo y priva de oportunidades de trabajo a quienes más las necesitan.

En un país como Guatemala, donde los índices de subempleo y desempleo son muy altos y tenemos un alto porcentaje de mano de obra no calificada, eliminar el salario mínimo (por citar la medida extrema) causaría una reducción masiva en los ingresos de los trabajadores, ya que los empleadores tendrían una abundante oferta de personas dispuestas a trabajar por un menor salario. Este fenómeno atraería más empresas (según indica la teoría económica), ya que nuestros costos de mano de obra serían relativamente menores que los de los países vecinos. Cuando los países vecinos tomen medidas similares, terminaría la “atracción” de empresas, con la consiguiente disminución general en los ingresos de la población. Esto, además, podrá ser cierto solo para algunas industrias intensivas en mano de obra (no calificada), no así para industrias intensivas en capital y que requieran mano de obra calificada, como es el caso de Intel en Costa Rica. Es decir, que como un paliativo o chapuz puede ser de utilidad temporal; sin embargo, no solucionará, ni por atisbo, los problemas estructurales de pobreza, desnutrición, salud y educación que siempre hemos tenido como país, ya que para ello se necesitan políticas de Estado y recursos para atenderlos.

Adicional al debate, no está de más aclarar que en los países nórdicos, Dinamarca, Noruega y Suecia se negocian y fijan anualmente salarios mínimos por industria entre las empresas y los gremios sindicales, por lo que, aunque no existe un salario mínimo nacional “por ley”, sí existe uno para cada gremio de trabajadores, esto para aclarar algunos argumentos de que en estos países no existe salario mínimo, aunque vengan a impulsarlo aquí. También se afirma que no existe correlación entre PIB per cápita y salario mínimo, para lo cual tomé una base de datos de 133 países, excluyendo los países nórdicos entre otros países, para medir la correlación entre estos dos factores, y la incidencia del salario mínimo en el PIB per cápita de los países. Este primer análisis arroja una correlación de 85.2% y una incidencia (R Cuadrado) de 72.6%, y es estadísticamente significativo, tanto el análisis como la variable independiente (salario mínimo) utilizada; también indica que por cada unidad monetaria que incrementa el salario mínimo, el PIB per cápita incrementa en 1.93 unidades monetarias. La anterior relación no es lineal, por supuesto, y hay variables importantes a tomar en cuenta, ya que a medida que incrementa el salario mínimo, también lo hacen los costos de producción, por lo que llegará el punto en que generaría una menor inversión o una contracción en la demanda por los incrementos en precios, y así sigue un larguísimo etcétera de variables a tomar en cuenta para realizar un análisis cuantitativo más profundo.

La evidencia, sin embargo, apunta a que el tener un salario mínimo aporta a la economía más de lo que resta, y que a la par del salario mínimo, el Estado debe trabajar en políticas de educación de la población para pasar de tener industrias intensivas en mano de obra no calificada a tener industrias intensivas en capital que requieran mano de obra calificada, la cual demanda empleados que obtendrán mayores ingresos.

 

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