Víctor Ferrigno F.

La clase dominante guatemalteca, y sus aliados políticos, desarrollaron un modelo de acumulación económica pérfido, que amenaza con desmoronarse, por la situación geopolítica del área. Se tambalea ese modelo concentrador que excluye a la mayoría de la población quien, forzada a emigrar, evita con sus remesas el estallido social que inducen la pobreza, el hambre y la violencia delincuencial.

Guatemala ocupa el puesto 125, uno de los últimos, de los 130 países evaluados por la ONU para establecer el Índice de Desarrollo Humano (IDH), solo superado por Honduras (130) en Centroamérica. En consecuencia, ese modelo concentrador provoca que el índice de exclusión de indígenas y mujeres alcance un 60%, por lo que el 9% de la población quiere emigrar, creyendo que puede cambiar el infierno chapín por el sueño americano.

A la exclusión hay que sumar la corrupción que, según el Icefi, devora el 20% del presupuesto nacional en áreas socialmente prioritarias, como educación, provocando que los inmigrantes guatemaltecos sean de los menos instruidos en EE. UU., teniéndose que conformar con los peores empleos; aun así, les va mejor que en Guatemala, donde solamente el 30% de los empleadores paga el salario mínimo (Asíes), casi no hay trabajo decente, y el 70% de la población trabajadora lo hace en la informalidad.

Si a lo anterior añadimos que el 30% de los jóvenes entre 14 y 25 años no estudian ni trabajan; que el 57% de la población vive en pobreza, con altas disparidades territoriales; que las tasas de homicidio son tres veces más altas comparadas con el resto de Centroamérica; y que Guatemala es el cuarto país más vulnerable del orbe ante los desastres naturales, no es de extrañar que la migración acuse un aumento exponencial, ubicándonos como un problema de seguridad nacional para el coloso del norte.

Según  los datos de la Oficina del Censo de EE. UU., alrededor de 115 mil nuevos inmigrantes llegaron del Triángulo Norte de Centroamérica (TNCA) en el 2014, casi el  doble de los 60 mil que ingresaron tres años antes. Se prevé que ésta creciente oleada humana próximamente superará la migración mexicana, que ese año se redujo, llegando a 175 mil. El incremento de la migración del TNCA es enorme, si se considera que su población total alcanza 31 millones, mientras que la de México es de 124 millones.

Datos de la misma fuente alertan sobre el aumento de la población migrante entre 2007 y 2015, proveniente de algún país del TNCA y que reside en EE. UU.: 32 % en el caso de Honduras; 31% de Guatemala, 19% de El Salvador, mientras la población mexicana se redujo en 6 %. Ese crecimiento es congruente con los 59 mil 692 menores no acompañados que fueron interceptados en la frontera sur de EE. UU., en el año fiscal del 1 de octubre de 2015 al 31 de septiembre de 2016.

Pero lo más pérfido del modelo excluyente es que los descartados, los expulsados de su patria, son quienes nutren la economía. El Banco de Guatemala da cuenta que, hasta el pasado mes de noviembre, las remesas alcanzaron unos 7 mil 500 millones de dólares, cifra que supera por mucho las exportaciones de productos tradicionales como azúcar, café, banano y cardamomo (Agexport, 2017). Esas remesas, ascienden casi a 55 mil millones de quetzales, equivalentes al 71% del presupuesto nacional de 2017.

Este alevoso modelo de exclusión y migración es insostenible, y lo van a quebrar las políticas antiinmigrantes de Donald Trump, con lo cual la economía nacional sucumbirá. Así, volvemos a la vieja disyuntiva, o cambiamos hacia un país incluyente, o los desposeídos se alzarán por pan, justicia y libertad.

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