Dra. Ana Cristina Morales Modenesi

La comunicación de las personas nos ayuda a observar cómo viven sus vidas. Hay quienes saben decir las cosas de manera espontánea y honesta, por lo contrario, existen otros que meditan mucho lo que quieren decir y realizan preámbulos dando a su lenguaje un atributo circunstancial.

Y hay quienes no siendo su deseo ser honestos, pero sintiéndose en un lugar de poder para expresar las cosas a su manera, o no teniendo un adecuado control de su impulsividad. Realizan la expresión de su lenguaje sin meditar y expresan lo primero que se les viene a la mente; sin ninguna consideración de que existan posibles consecuencias a lo dicho.

Por otro lado, el inconsciente se manifiesta en los discursos cotidianos, diplomáticos y políticos. Lo cual, provoca contradicciones en la elocuencia, y también, entre el lenguaje verbal y el no verbal.

La cultura impone su sello a la expresión del lenguaje. Por ejemplo, es de considerar la siguiente observación y evaluar su certeza: Si la cultura es proclive a reprimir emociones y a castigar la verdad. Es posible, que las personas no se atrevan a hablar de manera directa, a expresar sus sentimientos y se dediquen a hacer circunvoluciones a pequeñas respuestas. Y que, el no como respuesta, también pueda ser escaso.

En relación a la comunicación actual en el diario vivir, existe en muchas ocasiones la pérdida de saludos, agradecimientos, de palabras de apoyo y solidaridad para otros. Por ejemplo: El dar un buen día, el decir que le vaya bien, que Dios le acompañe, proporcionar un gracias. ¿En dónde? y ¿Hace cuánto esto ocurrió? Aunque, persistan algunas expresiones, creo que es de considerar su disminución.

¿La comunicación se establece entre personas que se observan cómo rival? ¿Las relaciones de poder verticales impelen a dar un trato desigual o a ignorar la presencia de otros? ¿Con el correr del tiempo, y el “desarrollo social” nos hemos vuelto mal educados? Son muchas las preguntas, como también lo podrán ser las respuestas.

Sin embargo, este tema al cuál no se le ha brindado relevancia, podría coadyuvar a realizar cambios que alienten al establecimiento de una mejor comunicación entre las personas, las familias, los vecinos y la sociedad. Una comunicación sin complicaciones, directa, con menos palabras, simple, delicada, más entendible, y asertiva. Las palabras y la manera en la que se expresan contribuyen a adjudicar poder a quien las dice y a otros. Además, mientras más llana sea su dicho, menos mal entendidos surgen. Así que, estas consideraciones constituyen una invitación para que revisemos nuestra propia manera de comunicarnos y la de los demás. Así como, apreciemos el valor del establecer una adecuada manera de entablar relación con otros.

Artículo anteriorExclusión, migración y remesas
Artículo siguienteAcoso sexual