Eduardo Blandón

Leo los diarios y me informan cada día de las nuevas denuncias de acoso sexual.  Se habla de “epidemia”.  En cada jornada hay una nueva demanda y al parecer hay una especie de temor y temblor planetario por parte de los potenciales acosadores, la mayor parte hombres.  Han sido mujeres valientes, las que han decidido hacer las denuncias a voz en cuello, pidiendo un hasta aquí al abuso globalizado.

Un amigo me dice: “imagínate si hablaran todas”.  No sería mal, respondo, si eso hiciera bien a la humanidad y la conducta violenta de todos contra todos tuviera límites y aprendiéramos a ser diferentes.  Porque el acoso no es solo de hombre a mujer, hay en todas sus presentaciones, aunque es probable que las estadísticas nunca nos revelen exactamente el número de las bribonadas sufridas en la cotidianidad.

A la edad de 15 años, me confiesa el mismo colega, en un taxi, el chofer empezó a tocarme sin el menor disimulo, con esa cara lasciva de quien tiene urgencia sexual.  En ese momento, continúa, no supe cómo reaccionar.  “Uno se encuentra inerme, confundido, absolutamente sorprendido”.  Me dice que solo alcanzó a pedirle que se detuviera para bajarse o se tiraría del automóvil.  Con fortuna, paró el carro y se bajó.

Converso con una compañera de trabajo del mismo tema y me narra cómo en unas vacaciones en casa de un hermano de su madre, fue acariciada en sus partes íntimas a la edad de 12 años.  “Se lo conté a mi madre y claro que se armó un lío familiar”.  Dice que la experiencia no le ha afectado, pero reconoce que con seguridad lleva la marca de ese comportamiento abusivo en la piel.

Todos contra todos, parece ser la consigna.  El abuso puede provenir casi de cualquier parte, sin que nos enteremos por ingenuos, confiados, disimulados o permisivos.  Y eso, claro está, debe cambiar.  El sistema educativo debe reaccionar.  Quizá permitiendo espacios de reflexión llamando la atención sobre el respeto y sacralidad de las personas.  Los medios de comunicación deben contribuir también no mediante el escándalo o el morbo, sino señalando el abuso y la maldad cometida.  Tratando de corregir ese tipo de conducta.

Es tarea de todos. También del sistema de justicia, la familia, la iglesia y un etcétera que favorezca la convivencia en la sociedad.  En pleno siglo XXI hay que dar pasos hacia un desarrollo social capaz de conducirnos hacia esferas de felicidad.  Y eso pasa por respetar a las personas al considerarlas con una sensibilidad especial. Jamás con violencia, nunca con abuso.

 

Artículo anteriorAlgunas consideraciones acerca de la comunicación
Artículo siguienteNacimos en la universidad