Luis Fernández Molina

El dilema del prisionero es un planteamiento ingenioso de escenarios hipotéticos que a veces se les llama “juegos”, diseñados por científicos cognitivos para analizar las reacciones humanas. El caso: La policía arresta a dos sospechosos de un crimen, pero no existen pruebas suficientes para condenarlos. Procurando “sacarles” la verdad los abordan por separado y les ofrecen el mismo trato: a) si A confiesa y B niega, A saldrá libre y B tendrá una pena de diez años; b) si A calla y B admite los cargos, A tendrá diez años y B saldrá libre; c) si ambos confiesan, serán condenados a seis años; d) si ambos lo niegan, no podrán tenerlos detenidos más que un año por falta de pruebas. Ninguno de ellos sabe qué va a decir el otro y aunque lo supiera no podría estar confiado.

Pongámonos en el papel de A: si supiera que B va a guardar silencio A haría lo mismo y solo estarían, ambos, un año. Si A supone que B va a negarlo, mejor confiesa y saldría libre si en efecto B calla. Si A anticipa que B va a delatar mejor acepta y les tocarían seis años. Si pudieran comunicarse ambos mantendrían silencio y en un año saldrían.

La carta más segura -más no ideal- es confesar. Le reporta una reducción no importando la respuesta del otro. Sin embargo, si los dos lo niegan ambos saldrían beneficiados con solo un año pero ¿Cómo saber que lo va a negar? ¿Cómo asegurar que, por salir libre de inmediato, A confiese esperando que B lo niegue? En el fondo se trata de un verdadero balance entre el egoísmo y la desconfianza.

Viene a cuento lo anterior porque nuestro proceso penal debe agilizarse. Necesita más dinámica y que algunas instituciones se adapten a la psicología humana. Nuestro sistema punitivo es realmente un proceso vindicativo; se clama por venganza, se vuelca el resentimiento. Ello no está mal, pero desquito no es el objetivo principal de todo el andamiaje punitivo. El proceso penal tiene por objetivo alcanzar la verdad de los hechos y con ello estructurar un conjunto protector de la sociedad de tal suerte que las penas sean disuasivas, amenazantes. En otras palabras, bien que se vea el pasado que se está juzgando, pero la principal visión es hacia el futuro para evitar que se cometan asesinatos, violaciones, robos, etc. No tendría sentido el sistema penal si no apuntara hacia los hechos que habrán de cometerse a partir de este momento; que el potencial delincuente no cometa un atraco o violación, que el cobarde violento no golpee a su pareja.

En ese afán de justa venganza que tiene nuestra sociedad necesitamos víctimas, gente que pague no importando la justicia de sus sanciones o la pureza de los procedimientos. Alguien tiene que purgar por tantos crímenes. Así nos estamos desviando de nuestro objetivo principal. Pregunto ¿no sería más productivo que uno de la pandilla confiese aunque se le reduzca sustancialmente la condena? ¿No sería la admisión un método expedito para poder condenar a los otros? No perdamos de vista que entre los mafiosos se comprometen a guardar silencio en una rosca que al MP le toma tiempo y recursos romper. Si los delincuentes sospecharan de posibles fisuras en sus estructuras ello disminuiría su mutua confianza; la posible delación socavaría la conformación de las gavillas y habría menos delitos.

En este contexto van las figuras del colaborador eficaz, la reducción de penas por aceptación de cargos, pero quedan muchas otras más con las que se podría romper la unidad granítica de los delincuentes.

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