Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Parece digna de encomio la propuesta que hace el sector financiero nacional de apostarle a otorgar préstamos para que se pueda invertir en la reparación de la infraestructura del país absolutamente maltrecha como efecto de la corrupción que permitió la construcción de auténticos mamarrachos. La finalidad de esa obra no era asegurar mínimos de vida útil para cada proyecto, sino garantizar que los funcionarios que otorgaban los contratos y los particulares beneficiados se llenaran de dinero, para lo cual era necesario aflojar las supervisiones de manera que se pudieran utilizar materiales de menor calidad y cantidad a lo establecido en cada uno de los contratos.

Por supuesto que puede ser una buena apuesta orientar los recursos del sistema financiero nacional a la infraestructura tan maltrecha porque así los bancos puede dar uso a los recursos que antes fueron tan solicitados por el sector de generación de energía y que ahora se encuentran esperando inversionistas que quieran entrarle a algún negocio rentable. Sin embargo, es indispensable decir que la primera apuesta que debemos hacer como sociedad es la modificación de las reglas existentes, puesto que no vaya nadie a creer que lo que se ha destapado con el caso de Sinibaldi y los constructores es un hecho aislado que surgió con las huestes de los Patriotas y terminó cuando éstos huyeron y pararon en el bote. Se trata de una práctica que viene de hace mucho tiempo y si cae otro ministro, de gobiernos anteriores, nuevamente los contratistas tendrían que reconocer que “tuvieron que pagar mordida porque era la única forma de evitar la quiebra de sus empresas”. Y es que sin mordida no había contratos ni tampoco el pago de los adeudos, por lo que pareciera como si existía una perpetua extorsión a los empresarios, pero hablando con toda honestidad debemos decir que lo que había era un pacto en el que se daba por sobreentendido ese perverso mecanismo en un juego que todos han jugado.

¿Acaso alguien puede creer que en los gobiernos anteriores al de Pérez Molina los contratos se otorgaban con base en una lícita y ética competencia mediante licitaciones que era, justamente, instrumentos de transparencia? Mamolas, dirían nuestros abuelos, porque el vicio viene de mucho tiempo atrás y abundan los ministros de comunicaciones, como los ministros de otras carteras, que se hartaron de dinero antes y después de los descarados Patriotas que puede que se hayan volado la barda por la forma cínica y descarada de operar, pero que no hicieron sino continuar con el caminito cuya brecha se abrió mucho tiempo atrás.

Guatemala necesita inversión en infraestructura pero no cualquier tipo de inversión, sino una que sea calificada para ofrecer términos de vida útil que puedan compararse con los parámetros internacionales. Nuestras carreteras, por ejemplo, están hechas para que en pocos meses demanden gasto en reparaciones porque allí está la otra parte del negocio y en ese sentido insisto en que el mismo sector financiero tiene que demandar, previamente, un cambio concreto en las reglas para que el Estado no se vea obligado a pagar sobreprecios irracionales.

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