Emilio Matta Saravia
emiliomattasaravia@gmail.com

La semana pasada me encontraba de viaje en los Estados Unidos de América por motivos de trabajo, y tuve que tomar Uber para un trayecto de más de una hora. Fue tiempo suficiente para tener una amena charla con Brian, el conductor del mismo, un muchacho sudafricano de unos 30 años de edad que había emigrado a los Estados Unidos en busca de una mejor vida para él y su familia. Me pareció una persona muy franca y agradable. Me cayó muy bien desde el principio.

Fue una charla muy amena, donde ambos compartimos nuestro punto de vista de cómo son nuestros países desde un punto de vista económico, político y social. A veces es más ilustrativo y también real, conversar con otra persona que leer en revistas o reportajes sobre un país o una situación en particular. Yo tenía una impresión muy distinta de cómo es Sudáfrica y sobre todo de su grado de desarrollo económico y social, me sorprendió mucho el relato de Brian, por cierto, persona de raza negra.

Sudáfrica lleva unos 26 años de vida democrática, un poco menos que nuestros 32 años desde que comenzamos la mal llamada “era democrática de Guatemala”. Y, aunque en ese país una buena parte del poder político pasó a manos de las personas de color, siguieron siendo discriminados desde un punto de vista económico y social. Resulta que en Sudáfrica, al igual que en Guatemala, las grandes mayorías tampoco tienen acceso a salud y educación. Esta situación les resta oportunidades importantes a los nativos del país. Tristemente aquí sucede exactamente lo mismo. Incluso Brian tuvo que emigrar a los Estados Unidos en busca de oportunidades que le son vedadas por el color de su piel y su condición social. Me habló también sobre la concentración del ingreso de su país en muy pocas manos, otro punto muy en común con el nuestro. Y eso que soy un firme creyente que la economía social de mercado es el sistema económico que ofrece más oportunidades de crecimiento económico para un país. Sin embargo, dicho crecimiento debe ser inclusivo y las oportunidades deben ser iguales para todos, no solo para un grupo privilegiado. Y qué decir del tácito racismo del que fue víctima cuando vivió en Sudáfrica. Y digo tácito, porque a pesar de que hace años finalizó el apartheid, permanecen las conductas racistas atávicas, al igual que en Guatemala.

Me sentí muy mal por Brian, por su familia, y por su nación. Siento lo mismo por mis compatriotas guatemaltecos que padecen a diario de este mal. Y me provoca náuseas cuando escucho a las personas usar expresiones racistas o referirse peyorativamente a otras personas, por el simple hecho de ser de una raza o condición social distinta. Me parece que son personas ignorantes, intolerantes, obtusas y retrógradas. El racismo me parece una conducta abyecta. Y también considero que como país, jamás vamos a prosperar si no cambiamos esas actitudes. Creo que es nuestro deber comenzar en nuestras propias casas a inculcarles a nuestros hijos valores distintos a los que hemos visto y vivido desde nuestra infancia. Creo que es indispensable que nuestros hijos entiendan que solo respetando y tolerando a las demás personas, sin importar su raza, credo o condición social, tendremos un mejor país.

Artículo anteriorDiseño para la vida
Artículo siguiente¿Haraganería, incapacidad o negligencia?