Dra. Ana Cristina Morales Modenesi

Hace no tantos años, cuando en Guatemala, imperaba el gobierno militar y la iglesia Católica. Existió un dicho: “chafa y cura, comida segura”. Las familias, claro está, querían el bien de sus hijos. Y convencidas de ello, consideraban que la formación y participación en esas entidades, le traería beneficios a ellos y a los suyos.

Pero, llegaron cuestionamientos, ideas distintas, lucha de poderes, el uniforme del pensamiento, la globalización uniformada, las guerras, el combate a éstas, la necesidad de apropiarse de fuentes de energía, la expropiación de cultivos y de formas de vida, el aumento de vehículos, el tráfico, el afán competitivo y devorador, las asechanzas, la fragilidad, la fortaleza, el caos…

Sea lo que uno crea que sea el caos. Todo lo cambió, a los niños ya no les fomentan la expectativa de ser curas o militares. Ahora, desearían pertenecer a una mara, participar en el narcotráfico. Ser capos, o reinas de la mafia. El cine y los medios de comunicación social, han glorificado esos estilos de vida. Además, las conductas contradictorias vigentes en el mundo de los adultos. Enseña a que ser mafioso es lo pertinente y deseado. Los demás, son puros tontos, gente cobarde, poco temerosa, que no se dedica a hacer fortuna. Porque, ganar centavos legalmente, cada día es más difícil, y también está pasado de moda.

Lo que está de moda hoy, pasa de moda mañana. La corrupción es una empresa globalizada que se encuentra en pleno auge a nivel mundial. De ella, nadie escapa. Gente decente y honrada participa de manera activa o pasiva. Y esto es un golpe duro para quienes tienen que sobrevivirla. Lo humano se desvanece, para dar paso a la deshumanización.

Para participar en la corrupción de manera profunda y comprometida, se ha de tener cuero duro. Y aunque se sea atrapado de manera infraganti, es necesario negar la realidad, palabrear a la gente, nunca admitir el delito y ante todo una actitud, en la cual nada importe. Porque si no se tiene, lo más probable es que la persona muera de un infarto, antes de llegar a juicio. Los que no tienen el don, del escrúpulo, no lo piensan dos veces. Y ejercen su papel, con fuerza, con mando, sin ninguna gentileza. No importa si irán cinco años ¿? O más, a la cárcel. Están seguros que merecen la vida de lujo que están llevando, y después de salir, continuarán con su estilo de vida elegido, y también con respeto social, ya que las memorias, podrán ser borradas, con un tantito de dinero.

De tal manera, que existen personas quienes consideran que toda persona tiene un precio. Porque ellas, han aceptado esta regla de vida. Y actúan sin el mínimo remordimiento. Utilizan un discurso con bases frágiles, para disfrazar la realidad. Hablan del bien y el mal como si tuviesen una maestría en su práctica. Utilizan las religiones, la oratoria, su inteligencia, o un facsímil de ella, para convencer a otros que tienen la razón y el derecho. Porque, a ellos mismos no hace falta de convencer, ya que están seguros de que están en su derecho. Para lo cual, si hace falta: robar, mentir, matar, acusar, ser desleal, involucrar a otros. Se hará.

Me preocupa la gente que se mete a tales líos de manera profunda. Y se encuentra en desventaja ante sus acompañantes. También, hay gente que si no se involucra, corre riesgos altos. Y decide que se involucra, aunque no tenga el pleno deseo. Pero, no hay otra. O está inmerso, o si no, será considerado un enemigo. Estos, al igual que los corruptos compulsivos, son los que corren mayores riesgos de ser juzgados por la ley. Y con el agravante, de que no son corruptos de cepa, por lo tanto, corren el peligro de morir en el intento.

Artículo anteriorGracias por estas seiscientas palabras
Artículo siguienteEl número 7