Alfonso Mata

A la fecha, dónde comenzar la empresa de construir la nación para la sociedad y el Estado, ha sido como querer recoger el mar en una pipa de agua. La vasta obra histórica acometida por ambos, es una hazaña épica que siempre ha terminado en ser un ocaso de aventuras cuajadas de dolor, miseria y sufrimiento, buen caldo para la literatura, pero no para el progreso y bienestar de la nación y lo triste de ello, seguimos en lo mismo. No somos más que una época de inquietudes y de transición, sin vaticinios de una nueva era que rompa con la dicotomía: unos en la gloria y otros en la miseria.

En nuestra situación, el tema de inequidades e injusticias resulta central, alimentado por la pugna entre la personalidad moral del hombre y la sociedad, no sólo desde lo político sino también del diario vivir. La amenaza constante de esos dos mundos, construidos y vividos cada vez con mayor intensidad, dejan al margen el progreso y el desarrollo humano y nacional, permitiendo ser protagonista de la historia nacional, a una selva de pasiones, al amparo de una mayoría con fisonomía de apatía y resignación allende del bien y creando una nación vulnerable, alimentada por la ambigüedad que termina provocando y construyendo un pueblo y gobierno, que tambalea pero no cae; que se mantiene carente de sabiduría y experiencia que le permita salir de las demoníacas profundidades del conformismo, la explotación y el abuso de unos contra otros.

Ese sobrio y triste relato, cada día se fortalece más por sucesos actuales y por venir, que sólo se pueden romper con nuevas ideas y acciones. Despertar a un pueblo y llevarlo a un nuevo estado, demanda de ciertas privaciones y sacrificios, que en esta era de “egolatría” parece imposible. Para la figura del político y del ciudadano actual, correr hacia tal estado de madurez parece inalcanzable dada su inclinación por el “sálvese quien pueda y acosta de todo”, que se nutre de distintas fuentes propiciadas por la forma de ser y construcción del sistema social y político, adverso a la cooperación, justicia, libertad y sensibilidad humana, mantenido (por los que tienen y no tienen) a una distancia bien calculada, frente a eventos y situaciones nacionales, que perviven sin permitir que ese virulento distanciamiento, se llene de nuevas inquietudes y creando una nación en permanente narcolepsia, dentro de la que se mueven dos personajes mal logrados, en un mismo territorio y tiempo: Uno de tropical profusión por lo ajeno, natural, social y humano y, el otro, sentimental y emotivo, de cara ya risueña o ya amenazadora, que chocan en la oscuridad de su distinta existencia, incapaces de unirse para crear un mundo mejor para ambos, pues su miopía, no les permite ni siquiera comprender lo que ocurre más allá de su universo. A tales extremos ha llegado nuestro candor guatemalense, encerrándonos a cada uno en su mundo.

Frente a tan insípida figura, algo tienen de común los personajes de este hecho histórico, algo trágico que se pierde allende del tiempo, las barreras étnicas, sociales y culturales: la insatisfacción ante una calidad de vida siempre amenazada por el otro y llena de ilegalidades, perturbada por zozobras y desconfianzas. Nos toca reaccionar ante nuestros antagonismos, antes que nos sigan sumiendo en profundo sueño, en espera de un rescate que baje de los cielos; los cielos no fueron hechos para eso. Tal vez no sea atrevido decir que nuestra imaginación confunde lo esperado, con la acción. Debemos entender que una nación se construye de los hechos de las acciones que desarrollan los ciudadanos, contra lo voraz y destructivo de aspectos dispersos que afectan su bienestar y desarrollo; se construye con el desmontaje de lo que afecta la equidad, el acceso, la libertad y que favorece las injusticias. No podemos seguir cayendo en la tentación de parchar situaciones, de escoger actuar sobre la multiplicidad de aspectos sobre aquellos que convengan a sólo a algunos. No actuar o dejar actuar de manera singular, nos escapa de la posibilidad de desmontar capas de situaciones y condiciones, que son las que nos mantienen en mundos imaginarios imposibles de cambiar. En fin, no es aventurado, empezar una expansión de la lucha contra la arbitrariedad de códigos de propia invención, que favorecen el desgaste humano de muchos.

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