René Arturo Villegas Lara

Allá por 1920, cuando los unionistas luchaban porque terminara la dictadura de Manuel Estrada Cabrera, la insurrección se diseminó por muchas partes del territorio y los pueblos de Chiquimulilla, Guazacapán y Taxisco, no fueron ajenos a los encontronazos entres cabreristas «liberales» y los del partido unionista. Personajes como los Barillas Fajardo de Chiquimulilla o los Gonzáles de Guazacapán, se encargaron de afiliar a muchos vecinos que engrosaron las filas dispuestas a luchar contra el gobierno, incluso con armas en la mano. Y aun cuando el triunfo fue pasajero, pues el gobierno de Carlos Herrera no duró ni tres años, se cumplió lo que un coronel de los insurrectos le dijo a un mi tío que formaba parte de los alzados: -«¿Ganamos, verdad coronel?- Sí, contestó el militar, y agregó: esto no durará mucho. Quedó viva la raíz del palo». Así, la historia se repite y se sigue repitiendo: siempre queda viva la raíz.

Pues bien, mi madre me contaba que cuando ocurrió esa revolución, la balacera se escuchaba por todo el centro de Chiquimulilla, pues los soldados que llegaron de Escuintla y de Cuilapa, asediaban a los unionistas que se habían parapetado en los alrededores de la iglesia y de la Plaza de Armas. En todas las calles no transitaban ni los «chuchos» y la gente se encerró en sus casas y las trancó con piedra y lodo. Los cabreristas no solo le disparaban a la gente, también se metían a las viviendas para que les dieran de comer, cometiendo robos y tropelías con las mujeres, asustadas de ver aquellos grotescos soldados hediondos a aguardiente, que destazaban vacas y marranos en las mismas calles del pueblo. En esas circunstancias sucedió que se instaló en el pueblo una embajada del Reino de España, aunque solo por unas horas o días. Resulta que una tía materna, mi recordada tía María Dominga, se casó con un español llamado Antonio Martínez. Don Antonio era originario de Asturias y emigró a Guatemala a finales del siglo XIX. Al fincar sus intereses en Chiquimulilla, se dedicó al comercio y a la ganadería. Como ganadero era propietario de una extensa finca en las cumbres del Tecuamburro y la denominó «Piedra Grande», con la particularidad de que sus potreros de Jaraguá se veían desde el kiosco del parque. Su actividad comercial consistía en un almacén de diferentes mercaderías, especialmente abarrotes que venían de España y que llegaban en lanchas que recorrían el canal de Chiquimulilla, de manera que el vino, los toneles de aceitunas, el aceite de oliva y demás conservas, no eran desconocidas para los vecinos. Don Antonio construyó un caserón de tres pisos, con muchos cuartos para hospedaje, en previsión de que algún día se construyera una carretera y llegaran fuereños que necesitaran dónde dormir. Para guardar los toneles de vino, las conservas y demás mercaderías, la gran casa contaba con una amplia bodega, oscura y húmeda para que los vinos terminaran de madurar. Cuando don Antonio supo que los cabreristas estaban dispuestos a allanar todas las viviendas en busca de joyas y dinero, como pudo mandó a traer a todo la familia y la puso a salvo en la bodega, evitando que las hordas desenfrenadas cometieran tantas tropelías. Y me contaba mi madre que a don Antonio le llegó la noticia que desde el campanario de la iglesia, iban a dispararle a su casa que estaba frente al parque Barrios, con el riesgo de que se incendiara porque era de madera. Entonces el español abrió un cofre y desenrolló una gran bandera de España y la colocó en la baranda del corredor del segundo piso, con un letrero que decía: «Este es territorio español pues aquí funciona una embajada». Cuando el teniente que comandaba el pelotón vio la bandera y leyó el letrero, se recordó de lo que había aprendido en la escuela: que la sede de las embajadas gozan de extraterritorialidad, ordenando que suspendieran el ataque. En pocos días, Estrada Cabrera salió del poder, la familia regresó a su casa y la bandera se guardó de nuevo en el cofre para una futura ocasión. Así que ya tuvimos «embajada» de España en Chiquimulilla.

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