Juan José Narciso Chúa

Las postrimerías del 2016 fueron pródigas en relación a la conmemoración de los Acuerdos de Paz, pues se pasaron dos décadas después de la firma de los mismos, allá por el ahora lejano 29 de Diciembre de 1996. Este, sin duda, fue un momento histórico para el país, pues significaba quebrar el desasosiego impuesto por un continuum de 36 años de lucha, que iniciaron aquel 13 de noviembre de 1960, pero que continuaron su desenvolvimiento histórico, en una cauda sangrienta y dolorosa para una sociedad que, como la guatemalteca, anhelaba la paz.

La apertura democrática de 1985, que se abre con la Asamblea Nacional Constituyente para promover una nueva constitución política, y el inicio de los regímenes democráticos en 1986, se dieron dentro de una guerra que no daba tregua, con lo cual se iniciaron los denominados Diálogos con la URNG, allá en El Escorial en España en 1987, hasta que concluyen en 1996 en Querétaro, México, para arribar a su firma definitiva en noviembre de 1996.

Veinte años transcurrieron desde esta histórica firma, que en paralelo significan treinta años de ejercicio democrático, ambos eventos, sin duda trascendentales para el país y para nuestra sociedad, desafortunadamente ambos nos han dejado con cierto sabor amargo, cuando retrospectivamente se analiza este desenvolvimiento histórico y se puede observar que aunque se ganó en determinados aspectos, también no se utilizaron como una plataforma para la transformación, sino al contrario, se dejaron como hitos históricos sujetos de celebrarse o conmemorarse, pero con poco contenido en sus alcances.

Estando en Petén, justamente celebrando la coincidencia del proceso de Concesiones Forestales Comunitarias, como uno de los resultados más importantes del Acuerdo Socioeconómico Agrario, el Subsecretario de la Paz refería que, según un estudio de la SEPAZ, únicamente el 33% de los denominados Acuerdos de Paz se habían cumplido plenamente, lo cual implica que dos terceras partes quedaron parcialmente cubiertas o bien sin ningún avance significativo.

Las conmemoraciones que alrededor de los Acuerdos de Paz se llevaron a cabo en la fecha aludida, no pueden quedarse en simples celebraciones, pues las mismas buscaban concitar la reflexión para que se pudiera comprender la enorme dimensión que dichos acuerdos representaron, y aún más pudieron ser para nuestra sociedad. Justamente cuando se habla de resignificación se debe situar que el contenido o espíritu original de los Acuerdos de Paz, constituían una oportunidad enorme para nosotros, pues habrían sido una plataforma para el cambio, para la transformación, para generar efectos duraderos y permanentes en nuestro tejido social. Ese es justamente el pensamiento de la resignificación, no es únicamente una celebración más.

Hoy se debería hacer un alto en el camino, para analizar con mayor detenimiento aquellos aspectos que incluso hoy actualizados, podrían significar un golpe de timón para nuestro destino como sociedad, significaría un gran costo de oportunidad dejar pasar los Acuerdos de Paz y dejarlos como una celebración anual, sino al contrario retomarlos para darles una dimensión que apunta a un destino distinto para la sociedad.

Una de las propuestas dentro de estas celebraciones que me llamó la atención se refiere al diálogo intergeneracional, una convergencia de generaciones, en donde aquellos que vivimos el conflicto armado interno, pudiéramos explicar qué sucedió, cuáles fueron las verdaderas causas del mismo y plantear su significado para el cambio, para que las nuevas generaciones no nieguen o renieguen del pasado, únicamente como un hecho al que no hay que retornar ciertamente, pero que no se queden en el discurso fácil de «darle vuelta a la página», pero que en el fondo invita a la posición conservadora que no hay que cambiar nada.

Hoy la discusión apunta al presente, que se vislumbra incierto, imagínense qué se puede hablar del futuro. Los reformistas como este columnista, estamos convencidos que la sociedad necesita transformaciones de cambio, pero que el actor más importante es la propia sociedad en sus múltiples expresiones, se necesita de una sociedad comprometida con su vida actual y futura, se necesita recuperar las movilizaciones ciudadanas como condición imprescindible para empujar el cambio y tal vez, la resignificación de los Acuerdos de Paz, podrían ser el motor de empuje que esta sociedad que palpita y entiende. Únicamente se necesita su removilización. Nada más.

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