Isabel Pinillos
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“Estoy parado sobre la muralla que divide, todo lo que fue de lo que será” (Enanitos Verdes)

Muros. Los hay pequeños y grandes. Los hay de diferentes materiales de construcción, y los hay imaginarios, con carácter religioso y hasta psicológicos. Los hay en videojuegos en donde el personaje debe saltarlo o derribarlo.

La historia ha demostrado que los grandes muros que se han edificado no siempre han sido efectivos para lo que fueron destinados. Ni la Muralla China, de más de 21 mil kilómetros de longitud, construida durante varias dinastías, logró impedir a los invasores decididos. El odioso Muro de Berlín que separó a una ciudad en el invierno de la Guerra Fría, fue derribado finalmente hacia una era más democrática. Incluso la Biblia ofrece el relato del muro de Jericó, que con el estruendo de las trompetas y la mano de Dios, fue desplomado hasta el suelo.

Ahora Estados Unidos espera la promesa de uno “hermoso y grandioso”, para proteger sus fronteras de los intrusos y evitar que compañías de ese país emigren al sur. Si se logra levantar semejante monstruosidad de la ingeniería, a pesar del costo exorbitante, la mano de obra necesaria y el tiempo de construcción, es muy posible que el ingenio de los migrantes que escapan de sus países encuentren formas alternas de cruzar la frontera, a través de túneles o saltando el muro usando sogas.

Lo que muchos no ven es que el muro ya existe. Y no es fácil de cruzar, porque además de la barrera física, existe toda una infraestructura y despliegue de seguridad que facilita la intercepción de migrantes indocumentados. Irónicamente, pareciera que los lugares más difícles de cruzar son las zonas fronterizas abiertas, sin muros verticales, pero que cuentan con sistemas de vigilancia y tecnología avanzada que prácticamente hacen que atravesar signifique una entrega voluntaria, o hasta un suicidio.

Pero no sólo se ha promovido el muro físico, existen otros que se erigen de manera paralela. El muro psicológico, que impone temor en las personas, que no permite dormir a los niños cuyos padres no tienen “papeles” y temen por la ruptura familiar. El muro ideológico que existe ya en condados racistas que hostigan a los migrantes latinos que viven allí, reforzado con la propaganda de Homeland Security, y que ha envalentonado a grupos radicales que intentan separar al mundo entre “nosotros” y “los otros”, los culpables de todas sus desgracias.

También está el muro al que se refería Pink Floyd, en su icónica melodía, que hablaba sobre los ladrillos metafóricos que desde la niñez se colocan para robar libertad del hombre, con los prejuicios que impone la sociedad, aislando a los migrantes que “no pertenecen” en ninguna parte y nadie los reclama. No pertenecen a sus países, pues de ellos han salido expulsados. El “sueño americano” reservado para los europeos VIP que fundaron ese país, parece haber caducado.

Existe el muro diseñado de manera transversal a lo largo de México hacia el sur, con el propósito de filtrar a quienes intentan cruzar irregularmente, en donde es fácil que las personas sin nombre y sin tierra “desaparezcan” ante la complicidad de los estados. Por último, duele ver que entre lo mínimo que puede realizar nuestro Estado, se encuentra un muro de naipes, construido por nuestros frágiles planes de contingencia –ante la ausencia de una política migratoria– que con un soplido del Norte cae por los suelos.

La agrupación de rock argentina “Los Enanitos Verdes” escribió sobre la muralla que dividía “todo lo que fue de lo que será”. La era trumpiana impone nuevas barreras en la construcción de la democracia de Estados Unidos. Si son derribadas o no, sólo la historia lo dirá.

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