Luis Enrique Pérez

Aparentemente, en un reciente artículo que publiqué, denominado “Divagaciones sobre gobierno de Jimmy Morales”, yo habría afirmado implícitamente que deseo que él sea un catastrófico Presidente de la República, y que enriquezca la historia de los peores gobernantes que ha habido en la historia de Guatemala. Es un deseo que no hubiera tenido aun si, en el último proceso electoral, el ganador de la elección presidencial hubiera sido Sandra Torres, o Manuel Baldizón.

Yo esperaría que el candidato presidencial ganador, también fuera un buen Presidente de la República, aunque fuera el candidato que, para mí, hubiera sido el más detestable durante la campaña electoral. Por supuesto, puede ser planteada esta pregunta: ¿qué es ser un buen presidente? Evidentemente, no es aquel que es un buen legislador, porque no le compete legislar. Tampoco es aquel que es un buen juez, porque no le compete ejercer una función judicial.

Es buen Presidente de la República quien cumple eficazmente las funciones primordiales que le asigna la Constitución Política de la República. No lo es quien no cumple esas funciones, o las cumple tan deficientemente, que realmente no las cumple. Aludo a las funciones que consisten en obligar a cumplir la ley, y comandar las fuerzas policiales o militares del Estado, para brindar seguridad pública. Obligar a cumplir la ley y brindar tal seguridad es, por ejemplo, garantizar el derecho a la libertad, el derecho a la vida y el derecho a la propiedad privada.

He opinado que, durante los primeros ocho meses de ejercicio de la Presidencia de la República, el señor Jimmy Morales no ha mostrado ser competente; es decir, no ha obligado a cumplir la ley ni ha comandado las fuerzas policiales o militares del Estado, para brindar seguridad pública. En general, persiste, con renovado esplendor, la criminalidad; y en particular, persiste el asesinato como acto cotidiano.

He afirmado que es intrínsecamente incompetente; pero quisiera creer que mi afirmación es falsa, y que su competencia para ejercer la Presidencia de la República súbitamente se manifestará pronto con esperada plenitud, y que, entonces, durante los primeros ocho meses de su gobierno, se ha preparado para convertir a nuestro país, ya no en el país más seguro del mundo, sino en un país que comienza a recuperar aquello que ha perdido cada vez más: la certeza sensata de libertad, vida y propiedad privada. Menciono la libertad porque cualquier grupo de ciudadanos transgrede el derecho a la libre locomoción; o cualquier grupo de ciudadanos se organiza para atentar, con extorsiones, contra la libertad de disponer del beneficio que se obtiene de una actividad económica.

Opino que el presidente Jimmy Morales tiene un dilema implícito, penosamente sospechable: o transforma radicalmente el ejercicio de la Presidencia de la República, para que el país, crecientemente acosado por una criminalidad cada vez más licenciosa, comience a atisbar indicios de seguridad civil; o se expone a que los ciudadanos reaccionen impredeciblemente para exigirle que renuncie, y que renuncie también el Vicepresidente de la República. Tengo la impresión, pero solo mera impresión, de que la demora de la transformación del ejercicio de la Presidencia de la República, incrementa la probabilidad de exigir la renuncia del presidente Jimmy Morales.

Sospecho que algunos países europeos que no aceptan que el presidente Jimmy Morales haya sido el candidato ganador de un partido fundado por militares, cooperarían con esa exigencia de renuncia, quizá con la condición de que la Presidencia de la República sea ejercida por aquella izquierda exguerrillera que, en los procesos electorales, ha obtenido una ofensiva, humillante o ridícula cantidad de votos.

Post scriptum. Un Presidente de la República de Guatemala que, no obstante los problemas que sufre el país, viaja a New York para pronunciar un irrelevante discurso en la asamblea general de la Organización de Naciones Unidas, y viaja a Colombia para ser un decorativo testigo de la firma de paz entre funcionarios gubernamentales y guerrilleros, parece haber perdido el sentido elemental de la realidad.

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