Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Cuando un niño o un joven deja los estudios y sus padres o amigos le dicen que está cometiendo un error, por ejemplo, éste no lo realiza hasta que pasan los años y se va dando cuenta de la falta que le hace no haber terminado sus estudios y generalmente pasa cuando las puertas de los empleos no se abren tan fácilmente.

Pues bien, algo así nos ocurre con el caso de TCQ, TCB y APM Terminals, puesto que ahora es visto como una ridiculez decir que fue un error haber doblado las manos tan fácil y tan rápido, pero hay que advertir que esto nos traerá consecuencias en el largo plazo.

Ahora no lo vemos porque la “solución” a este negocio fue operada desde lo alto y por eso es que el Congreso, sí ese organismo en el que los diputados se ponen de acuerdo cuando hay intereses muy especiales o jugosos, está ahora a la espera de que llegue la iniciativa de la concesión para aprobarla de urgencia.

El día que Susane Marston llegó a La Hora le expusimos que el haber recibido ellos una propuesta del Interventor, era a nuestro juicio, un grave error porque eso no permitía que ellos dieran muestras inequívocas de ser un tercero de buena fe. Lo entiendo, dijo y en parte lo comparto, pero ya es muy tarde porque ya hemos contestado la propuesta del Interventor aceptándola, nos comentó.

Lo lógico era que la sociedad viera esta situación como un tropiezo en la lucha contra la impunidad y la corrupción, pero la apuesta de ellos, del Interventor, del Comisionado y por supuesto, de Jimmy Morales y su Ministro de Finanzas fue correcta en el sentido que la gente ni se iba a inmutar y que, en todo caso, derechas e izquierdas se iban a unir para decir que había que apechugar lo que fuera con tal de tener un puerto moderno, haciéndole honra al dicho de que el “fin justifica los medios”.

Con este proyecto nos vendieron la teoría del miedo y la sustentaron en la incapacidad de un Estado cooptado para operar sus cosas; esa fue la tormenta perfecta con argumentos solapados de: “nos van a demandar y vamos a tener que pagar millones”; “no le podemos caer a nada porque tiene deuda en bancos” y ese puerto “será un monumento a la corrupción”. Tan solo eso bastó para doblegarnos antes de tiempo, porque además, el Interventor se encargó de decir “me quedé sin dinero” (y si, lo dijo en primera persona).

Antes de doblar las manos tan rápido, pudimos haber sido más tajantes para exigir respuestas a APM a la pregunta de ¿qué pasó en su auditoria? ¿cómo fue que nadie se dio cuenta del ruido, de la opinión de la PGN (7 meses antes de la compra) si seguro no pagaron centavos por esa auditoria? Antes de doblar las manos, se pudo haber pedido como condición servir la entrega y proceso de Pérez Maura, puesto que al final, APM estaba en contacto con él.

Antes de decir amén, debimos haber (como Estado) somatado muy educadamente la mesa para dejar claro que ni APM, ni Pérez Maura, ni los bancos ni los exportadores impondrían las sucias condiciones de un arreglo.

Pudimos haber hecho el esfuerzo de convocar a una licitación internaciones en la que una de las condiciones pudo haber sido que el ganador debía asumir la deuda bancaria y las inversiones comprobables, por ejemplo, pero no, pudo más la teoría del miedo.

Cuando algún día se discuta lo de los canales, los demás usufructos o muchas otras cosas que habrán de venir, no nos debemos sorprender si las cosas se arreglan también de milagro porque como un fantasma nos habrá de perseguir siempre el acuerdo de TCQ en el que nos sometimos muy rápido porque “el fin justifica los medios”.

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