Juan Jacobo Muñoz Lemus

En las cosas del orgullo, afuera no hay nada, todo viene de dentro. El exterior intrascendente, solo estimula y activa la soberbia.
Una moral que tolera la ambivalencia es adulta. Pongamos un caso de quien no la tiene, el celoso, que puede llevar a su potencial más alto la pasión. No tiene que pasar nada, el vuelo de una mosca puede ser suficiente; narcisismo que le llaman. El celoso lo quiere todo y confía en que hay mujeres que prefieren más un hombre propio que un nombre propio. Si no lo necesitaran, serían libres, no esperarían como niñas y exigirían como mujeres.
También está el caso de aquel que queriendo tener padres, no le apetecen los que le tocaron, los resiente y se declara huérfano de padres vivos. La distancia puede servirle para evitar el homicidio; pero lo que de niño no pudo cambiar en sus padres le hace unirse a descompuestos para componerlos, como si trajera una materia retrasada. Seguirá así hasta que acepte el reto de ser su propio padre y contienda con el dolor de crecer y ser fruto humano construido. Ganar en identidad puede ayudarlo a aceptarse solo y evitarle el suicidio.

Pero la tranquilidad que da la soledad puede ser muy inquietante para muchos. Aun así, es mejor no aceptar invitaciones que encubren con adrenalina a la tristeza. Y si reímos cuando nos va mal y no hacemos nada contra alguien, es porque ya no buscamos a quien culpar.

La única forma de no ser un estorbo es no estorbar. Digamos que a una persona sus cercanos le depositan sus miedos, y como es aguantadora vive creyendo que es miedosa, mientras carga con los miedos de todos. Un día se da cuenta y decide ya no ser la pantalla donde la gente proyecta sus cosas inconscientes; solo le queda enrollarse y largarse. Ya no quiere ser un objeto inanimado. Suena bien, pero es difícil, porque la noticia triste sería aceptar que muchas veces no existió, no contó, no importó. Es doloroso, si la ilusión era que todo fuera personal. Tal vez le ayude saber que una relación no es personal cuando no ayuda a crecer.
¿Con qué nos conecta una persona o situación? ¿Qué nos despierta? ¿Qué activa en nuestro inconsciente? No lo sabemos, pero reaccionamos. Un atavismo, una memoria traumática, un arquetipo, quién sabe. Es como vivir con un pendiente, algo que en el fondo quisiéramos experimentar o quisiéramos arreglar. No podemos negarlo sino integrarlo, todo existe para que se exista y se sienta existir; es algo existencial.
Hay que renunciar a usos y costumbres. Hacer lo mismo como pretexto inconsciente para no avanzar promueve recaídas que no pueden evitarse, pues además de tentadoras ayudan a evitar el siguiente paso. Es como vivir con pendientes narcisistas en el hoyo de la compulsión a la repetición, en un egocentrismo auto exhibicionista y un auto voyerismo morboso.
Nadie cambia con solo pensar. ¿Cómo saber más de uno sin desprenderse de uno? Hay que reflexionar para revisar, pero no para evitar recaer, sino para sentirse cada vez peor hasta emerger desde el asco y el hastío. No queda más que aterrizar en la realidad porque es lo único que hay; y aprender a hablar de uno y decir lo que se tiene miedo de decir.

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