Isabel Pinillos
ipinillos71@gmail.com

Hace unos días leí en el Washington Post un artículo sobre la vida de unos seres fascinantes que viven entre nosotros, que van a la escuela, hacen deporte y escuchan música para sí mismos en Spotify. Sus amigos los acompañan todo el tiempo pues están interconectados permanentemente a través de un universo digital en donde las naves espaciales se llaman Instagram, Snapchat y Whatsapp. Para poder navegar en estos espacios no sólo basta con bajar la aplicación, debes tener la mente de estos jóvenes internautas que todo lo tienen con presionar su pantalla.

Decidí por un momento dejar las preocupaciones maternales sobre los efectos de esta exposición a los aparatos, y con curiosidad rigurosa, acudí a una experta en la materia, una chica de 12 años quien pudo satisfacer todas mis dudas. Después de una amena plática, me compartió este mundo paralelo en donde se sumergen nuestros adolescentes a toda hora. Si creíamos estar a la vanguardia por usar Facebook, tenemos mucho por aprender.

Facebook: Usado por los papás, tías y abuelas de los adolescentes, por lo que esta plataforma se usa casi exclusivamente para intercambiar mensajes con las personas “mayores” que se quedaron en la edad “jurásica” de las redes sociales.

Instagram: Muy popular entre los chicos, las fotografías son cuadradas y pueden ser embellecidas en tonos sepias o colores vibrantes. Mi fuente me aseguró que es muy mal visto colocar fotos que no sean propias como las bajadas de Internet. En el perfil quedan colgadas solo las “presentables” porque todas las que no hayan logrado pasar la barrera de la vergüenza (unos 20 “likes”) deberán ser eliminadas.

Snapchat: Este me costó más comprender. Sirve para enviar mensajes, fotos y videos, pero el mensaje dura solo 48 horas; después se elimina automáticamente. Es un diario en donde se documenta la “historia de tu día”. Pueden agregar emoticones expresivos y transformar sus “selfies” y amigos en animales, piratas o unicornios que vomitan un arco iris. Mientras más interacción hay, reciben puntos que posicionan su nivel de popularidad.

YouTube: Este se ha convertido en la escuela de aprendizaje, desde cómo hacer obras de arte en las uñas hasta cómo comer 60 salchichas en un minuto. Es el canal en donde pueden aprender casi cualquier cosa, y pueden crear sus propios tutoriales, claro está, en su propio canal. Luego está Pinterest, un tablero para colocar proyectos o ideas, un foro para conversar sobre fotos o tópicos conocidos como Tumblr, y una aplicación para darle movimiento a sus fotos llamada PHHHOTO -sí ¡con triple H!

Con tanta tecnología a la mano, pregunté en dónde buscaban información para sus tareas. “Ah, en Google”. En ese momento me mordí la lengua y seguí indagando: “¿y cómo sabés si la información que te sale es fiable?”, a lo que ella respondió: “pues todos usan la primer búsqueda que sale en la pantalla, porque es la que tiene más vistas”, lo cual pareciera que para esta generación es suficientemente confiable.

A diario vemos a los jóvenes pegados a sus pantallas sin comprender cuán conectados están a estos espacios oxigenados con wifi. Al terminar mi entrevista con esta patoja “apantallada” y absorber la información compartida, no pude evitar recordar aquella de hace 30 años, que en sus días de uniforme, llegaba después del colegio y se peleaba con sus hermanos para tener la línea abierta, y tras la llamada esperada, terminaba con la oreja caliente tras pasar prendida toda una tarde del auricular.

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