Luis Enrique Pérez

El término “gobernante” deriva del latín “governor”, que a su vez deriva del griego “kybernétes”, que significa “timonel”. La función del timonel es dirigir el barco. Para este fin, el timonel necesita tener un conocimiento permanente sobre la dirección en que navega el barco; y si el barco se desvía, el timonel corrige esa desviación. En suma: el timonel gobierna el barco.

Platón, en el diálogo “El político o de la realeza”, afirma que el político es quien posee la ciencia del gobierno. Empero, según Platón, esta ciencia no es puramente teórica, como la aritmética, sino que es una ciencia cuya finalidad es dirigir. Por esa razón, quien la posee puede mandar. Sin embargo, el político tiene el poder de mandar sin ser, a su vez mandado, él mismo. El político no es el timonel que todavía tiene que obedecer las órdenes de otro timonel. Es como el capitán de un barco, o es el timonel superior, que gobierna para que el Estado disfrute del mayor bien común. Por eso decía Platón que la política es la ciencia regia.

Aristóteles, en “La política”, afirma que una comunidad de seres humanos se constituye para lograr un determinado bien. El Estado es una comunidad, pero no de cualquier clase, sino la comunidad política. Esta comunidad es superior a cualquier otra, porque ella hace posible que todos sus miembros, y no sólo algunos, procuren su propio bien. Por esta razón, el bien que se propone lograr el Estado, es superior al bien de cualquier otra comunidad. El objeto de la ciencia política, según Aristóteles, es conocer cuál es la organización del Estado más idónea para lograr, en grado máximo, el bien de todos.

Es político el que sabe gobernar el Estado. Y saber gobernarlo es dirigirlo hacia el bien de todos sus miembros. El bien de todos significa que cada quien puede procurar su propio bien, sin impedir que otro también lo procure. Precisamente el mejor gobernante procura que cada quien pueda procurar, en máximo grado, su propio bien particular, sin impedir que el prójimo también lo procure.

Hay buenos y malos políticos, de la misma manera que hay buenos y malos médicos. El médico que, por ejemplo, previene oportunamente la enfermedad, o que la diagnostica exactamente, o que la cura eficazmente, es un buen médico. El que no la previene oportunamente, ni la diagnostica exactamente, ni la cura eficazmente, es un mal médico. El político que no procura el bien de todos, sino solo el bien de algunos, incluido él mismo, es un mal político. Es propio de la ciencia del médico procurar el bien particular; pero es propio de la ciencia del político procurar el bien general. Por supuesto, puede ser más fácil discernir entre un buen médico y un mal médico, que entre un buen político y un mal político.

El problema de una sociedad no es depender o no depender de los políticos. Los políticos son necesarios, como lo son los médicos (en el supuesto de que es inevitable la enfermedad, o la posibilidad de enfermarse). El problema es que hay buenos políticos y malos políticos. El buen político cumple la función que le es propia, es decir, dirigir el Estado hacia el bien común. El mal político dirige el Estado hacia el bien de algunos únicamente.

El Estado ha de pagarle al político por gobernar el Estado, de manera similar a como le pagamos a un médico por conservar nuestra salud. No se trata, entonces, de que el político tenga o no tenga intereses particulares; ni se trata de pagarle más o de pagarle menos. Se trata de que posea y aplique la ciencia de gobernar, que Platón, como hemos mencionado, denominaba “ciencia regia”: la ciencia del gobierno del Estado, o política. Esa ciencia ha de enseñarle al político, por ejemplo, cuál es y cuál no es la función propia del gobierno. Entonces el político sabrá si es función propia del gobierno, por ejemplo, fabricar mesas, producir quesos o cultivar legumbres.

Post scriptum. Discernir entre las funciones propias y las funciones impropias del gobierno es ya un conocimiento primordial que debe poseer el político.

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