Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Ayer el mundo presenció algo pocas veces visto, cuando el presidente Barack Obama tuvo que interrumpir su alocución sobre las medidas ejecutivas que ordenó para establecer un mejor control en la venta de armas en Estados Unidos porque no pudo contener las lágrimas al ir haciendo el recuento de los atentados brutales y mencionó a los niños de escuela que murieron a manos de un desequilibrado que disparó con armas automáticas. Tras limpiarse las lágrimas, el Presidente del país más poderoso del mundo dijo que no podía evitar su enojo cada vez que pensaba en lo que había ocurrido en Newton. Había sido precisamente en Newton donde el mismo Obama lloró al hablar frente a los padres de esos niños asesinados brutalmente a balazos.

Obama está enfrentando a la facción más radical del Partido Republicano con su orden ejecutiva que implementa mecanismos para que la venta de armas se produzca luego de escrutinio de los compradores para determinar su falta de antecedentes o posibles desequilibrios mentales como los que han tenido muchos de los autores de las masacres. Es una acción valiente que pretende salvar muchas vidas y que se tomó cuidadosamente para no vulnerar el derecho constitucional a tener armas en Estados Unidos, pero constituye un desafío a uno de los grupos de cabildeo más poderosos que hay en ese país y que están en la Asociación Nacional del Rifle.

Las lágrimas de Obama no son, pues, signo de debilidad sino de fuerza porque está actuando con energía frente a un problema en el que el cabildeo ha impedido que el Congreso, llamado a adoptar esas medidas, responda al clamor de la mayoría de la población. Las encuestas demuestran que la mayoría de los norteamericanos avalan el establecimiento de más estrictos controles, pero el dinero que la NRA pone para las elecciones de los candidatos republicanos al Congreso es tanto que condiciona los votos más que la presión de la ciudadanía.

Mientras Obama soltaba sus lágrimas, producto del dolor que le producía recordar a esos niños de Newton, en el oriente guatemalteco el presidente Maldonado Aguirre también explotaba dando rienda suelta a sus emociones y sentimientos luego de recibir críticas por el tema de los salarios diferenciados. Acababa de ser informado que la Procuraduría General de la Nación cuestionaba la decisión de su gobierno y que el Procurador de los Derechos Humanos había accionado ante la CC contra esas formas de salario mínimo y, además, se topó con un puñado de manifestantes que le criticaron. El rostro de Maldonado se transfiguró y hasta le hicieron mostrar sus resabios de liberacionista cuando llamó leninistas al piquete de universitarios.

Maldonado no lloró sino se encabritó y las fotos que se han difundido del momento en que, por lo visto, atropelló su discurso dan muestra de un aire con remolino que no se le conocía. No diría yo que perdió los papeles porque siempre he pensado que los funcionarios son seres humanos que tienen emociones y sentimientos, pero en el caso del gobernante guatemalteco los había ocultado bajo la máscara de ponderación que, por cierto, no se reflejó siempre en sus fallos judiciales.

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