Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Nunca olvido la expresión de Juan Carlos Corlazzoli cuando trabajó en Guatemala años después de la firma de la paz, en el sentido de que nuestro país vivía tensiones preconflicto sin haber superado el postconflicto. Y es que los Acuerdos de Paz que se firmaron en tiempo de Álvaro Arzú abordaron los problemas de la sociedad que dieron lugar a la guerra interna que desangró al país, lográndose entendimientos entre el gobierno, Ejército, guerrilla, empresarios y otros sectores sociales, para atacar esas causas con acciones concretamente definidas en el pacto suscrito, pero que nunca llegaron a ejecutarse porque los acuerdos no se convirtieron en política de Estado.

Y es que el final de la guerra se produjo más que nada porque las partes fracasaron al querer imponerse y derrotar al adversario, por lo que les urgía terminar con el conflicto y a los grupos insurgentes les convenía más insertarse en la política como un partido político que seguir con la estéril confrontación. Los Acuerdos de Paz de Guatemala son de los más concretos para definir políticas necesarias para romper con los atavismos que fueron de hecho el caldo de cultivo para nuestra dolorosa guerra, pero no fueron socializados y tanto el gobierno de Arzú como la guerrilla, se conformaron con las fotos de la firma de la paz, que puso fin a la guerra, pero también a la esperanza de producir cambios indispensables para que esa paz fuera real, firme y duradera.

Fundamental para la paz era convertir a la nuestra en una sociedad democrática, en todo el sentido de la palabra, pero lejos de ello se manoseó la democracia de tal forma que han sido los politiqueros que arman sus partidos políticos de pacotilla los únicos beneficiarios del modelo político que tiene sus cimientos en la corrupción y la impunidad, sin que el ciudadano guatemalteco tenga vela real en el entierro.

Yo he dicho que los Acuerdos de Paz fueron secuestrados por los grupos de poder en el país para que no se hicieran realidad y hoy podemos comprobar que subsisten los focos de insatisfacción porque la población que se sintió marginada y discriminada antes del conflicto, se encuentra ahora en iguales condiciones y, peor aún, despojada de sus derechos ancestrales y sin posibilidad de recurrir en igualdad de condiciones ante el sistema de justicia para reclamarlos adecuadamente.

Pero lo más grave de todo sigue siendo ese manoseo del tema de la sociedad democrática, porque nuestra única democracia está en acudir cada cuatro años a las urnas y ahora, en este año, quedó demostrado que el voto no cuenta para un carajo porque el pastel está repartido entre los sinvergüenzas que lucran con el erario y el tráfico de influencias.

Las últimas elecciones se produjeron cuando al pueblo se le había quitado la venda de los ojos y todos sabíamos que el sistema político era nido de corrupción, pero al ir a las urnas legitimamos a los pícaros y al modelo político que los cobija sin chance de cambiar nada.

Si el conflicto anterior fue polvo de viejos lodos, ahora estamos anegados en un lodazal que tarde o temprano levantará sus polvos.

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