Eduardo Villatoro

Es común leer o escuchar que los textos de historia los escriben los vencedores. En lo que atañe a Guatemala, excepto pocas excepciones como las de don Clemente Marroquín Rojas, los libros y ensayos atinentes a nuestro pasado tienen la influencia de las élites conservadoras, mantenidas en el poder por siglos, de manera que resulta difícil para los aficionados y estudiosos de esta disciplina encontrar libros que estén despojados de elementos claramente sesgados a favor de la clase dominante.

Este no es el caso de la obra titulada “Fusiles, racismo y protesta”, del doctor en sociología política Manuel R. Villacorta O., con su historia política de Guatemala, libro que he digerido con deleite y al que hoy me refiero, pero no desde una perspectiva considerada como crítica literaria, sino en una apretada reseña de su contenido, que se origina desde la época precolonial y que se extiende hacia años recientes, además de incluir analogías de la transición de la frágil democracia guatemalteca con los expandidos sucesos devenidos en España, Chile y Argentina.

Como se explica en la introducción, después de los siglos que abarcan la colonia y los diversos gobiernos que se sucedieron con la misma característica de defender los intereses de las clases oligárquicas, fueran liberales o conservadores, no modificaron el carácter del Estado guatemalteco: violento, autoritario, excluyente y dependiente.

A finales del siglo XX, compatriotas progresistas, apoyados por una comunidad internacional más consciente y comprometida, decidieron iniciar un proceso de paz que además de impedir la continuidad de la trágica guerra interna, estuviera basado en ciertos acuerdos o compromisos en un intento de establecer necesarias y profundas transformaciones políticas, sociales, económicas y culturales.

Descalificados que fueron los gobiernos militares de la época por corruptos, represivos e ineficientes, y evidenciada la descomposición del sistema político-electoral, agregado al desenlace del conflicto Este-Oeste, los años ´80 y ´90 incubaron un período de trascendentales cambios, siendo el más importante el final de la confrontación armada, cuyo principal efecto lo constituyó la firma de los Acuerdos de Paz, que de haberse consumado hubiesen generado una sustancial mejoría en las relaciones sociales y el desarrollo integral de la nación. Pero no se lograron los propósitos.

Advierte Villacorta que como consecuencia de ese tránsito político, la historia de Guatemala ha estado flanqueada por poderosos grupos económicos minoritarios, el autoritarismo militar expresado en el poder de las bayonetas y por la demagogia de políticos inescrupulosos que han traicionado repetidamente el más valioso anhelo popular: el derecho de vivir en una sociedad justa y democrática.

El autor recorre la debilitada transición política contemporánea del caudillaje a la opresión, con más intensidad, desde el gobierno de Manuel Estrada Cabrera hasta el régimen de Jorge Ubico, para penetrar en las raíces mismas del fenómeno del autoritarismo, características dictatoriales que se fundan y consolidan la incipiente e irreversible instauración del poder, el caudillismo y el despotismo.

El aún joven historiador señala otras facetas oscuras de esas décadas, para desembocar en primera instancia, con el triunfo de la Revolución de Octubre y los hechos sobresalientes de los presidentes Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, avances que colapsaron con la intervención norteamericana que apadrinó al militar Carlos Castillo Armas.

Relata los sucesos posteriores, hasta arribar a la actual crisis que afrontamos y que merece un artículo específico, resaltando las contradicciones sociales que incluye la relación entre la reducida elite dominante y una mayoría social sometida a la pobreza y la precariedad.

(El cronista Romualdo Tishudo subraya que la investigación del autor fue calificada de Summa Cum Laude Probatus por la Universidad Pontificia de Salamanca, España)

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