Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt

A veces la vida nos juega sucio. Claro que a unos más que a otros, pero tarde o temprano todos somos víctimas de sus trampas. En los peores casos, las víctimas de esas malas pasadas no alcanzan a vivir lo que deberían y se nos adelantan, trascendiendo a otra etapa de la existencia.

De estos, hay un caso especial. El 7 de julio de 2011, hace casi cuatro años, desapareció Cristina Siekavizza, una joven madre de familia víctima del machismo, del patriarcado y de la violencia de género, pero también de un sistema de justicia corrupto, inoperante, excluyente, lento y débil.

Hoy Cristina tendría 37 años, pero es seguro que está muerta y pienso en todo lo que no vivió.

No conoció la solidaridad de un vecino o de un desconocido, que atendiera los gritos de una mujer que era golpeada en su propia casa, porque muchos todavía piensan que los problemas maritales “son cosa de dos” y que “los trapos sucios se lavan en casa”; no recibió esa contención que, por humanidad, las personas deben dar unas a otras en momentos de dificultad sin importar su género, edad o condición social.

Jamás tuvo la oportunidad de encontrar un centro de asistencia para víctimas de la violencia de género, porque todavía hay autoridades que se piensan que las mujeres exageran cuando sus esposos las “corrigen” y que los problemas se resuelven en casa, y que se olvidan con silencio y maquillaje.

En ningún momento vio una campaña de educación o formación sobre igualdad de género, cultura de paz o relaciones igualitarias entre niños y niñas, que le diera la esperanza de que su caso no se replicaría en las próximas generaciones, porque para los responsables de la enseñanza basta con memorizar y repetir las lecciones de los libros de textos.

Nunca vio la indignación de una sociedad completa con la corrupción en el sistema de justicia, en el que predomina la ley de la transa por encima de todo. Hasta su desaparición, todos parecíamos muy cómodos o indiferentes, aunque sabíamos que el dinero y las influencias mueven expedientes y causas más que el Código Penal.

Con todo esto no se puede esperar que Cristina descanse en paz. De hecho, ¿quién podría descansar en paz en estas circunstancias?

Es cierto que en el caso de Cristina hay un responsable, pero también hay muchos otros implicados, y no me refiero a quienes encubrieron su desaparición o los que obstruyeron las investigaciones en la causa. Toda la sociedad es cómplice de un sistema cultural, social y judicial que no combate la violencia de género, y que por el contrario, encuentra excusas y argumentos para las agresiones a las mujeres.

Las protestas de las últimas semanas, que evolucionaron hacia la modalidad de #JusticiaYa, representaron un cambio importante sobre la forma en que la sociedad guatemalteca comprende la corrupción y reacciona ante las injusticias, pero el compromiso debe ser contundente.

Ojalá que estas movilizaciones ciudadanas sirvan para transformar el sistema, y aunque ya es muy tarde para que Cristina vea un cambio, espero que sus hijos y las próximas generaciones encuentren un país más solidario y justo.

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