Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Cada día son más los guatemaltecos que viajan a Estados Unidos en condiciones deplorables y sumamente peligrosas en busca de una oportunidad para el sustento de sus familias y son ya muchísimos los niños, hijos de esos migrantes, que por haber nacido allá han adquirido la ciudadanía que les ofrece ventajas con las que nunca hubieran podido soñar en su lugar de origen. Educación, alimentación y salud están al alcance de esa multitud de hijos de migrantes, algunos de los cuales han alcanzado el éxito sacando buen provecho de esas puertas que se abrieron por el esfuerzo de sus padres.

La ruta del migrante, y luego su vida en Estados Unidos, no es fácil porque tienen que sortear muchas dificultades, pero lo hacen gustosos sabiendo que el esfuerzo rinde frutos y que no solo ellos mismos tendrán mejor calidad de vida, sino que también se la podrán brindar a sus parientes que quedaron en aquellos remotos municipios de Guatemala que son tremendos generadores de migración. En los últimos tiempos, con la polarización que se marcó en la política norteamericana tras el inicio de aquella campaña republicana del 2016, cuando la criminalización de los migrantes hispanos disparó las posibilidades de triunfo de Trump, abundan los gestos de desprecio que con racismo muestran los seguidores de aquella demagógica expresión que calificó a los que llegaban a la frontera sur de violadores y delincuentes.

Sin embargo, impresiona ver la forma en que se expanden las comunidades de guatemaltecos en distintos lugares de Estados Unidos y la manera en que, quienes los emplean, aprecian su entrega y capacidad de trabajo. En general, el inmigrante siempre trabaja y se esfuerza más porque no sabe cuánto le durará esa oportunidad, lo cual hace que sus empleadores se sientan muy satisfechos. Una guatemalteca que el pasado fin de semana cumplió 16 años de haber llegado a Estados Unidos, lo celebró con alegría porque siente que esa decisión tomada hace ya tanto tiempo no solo le cambió la vida, sino que además le permite cambiársela a sus padres que aún viven en la aldea de donde salió. Y tiene, además, hijos nacidos allá que disponen de pasaporte norteamericano y han podido ir a conocer el pueblo en donde están sus raíces, regresando para continuar con sus estudios y sueños de mayor superación.

Las quejas por ciertas formas despectivas que reciben por su origen hispano persisten, pero cada día también se sienten más seguros de lo que son y de la importancia que tiene su aporte a la economía de ese gran país porque, sin el concurso de esos migrantes, tendrían una severa crisis de falta de mano de obra para cubrir áreas vitales, sobre todo en actividades como los servicios, la construcción o la agricultura.

Desde principios de este siglo se viene hablando de la necesidad de una reforma migratoria que permita el ingreso legal y ordenado de esa mano de obra vital, pero las polarizaciones políticas no permiten que avance y los coyotes siguen haciendo millones con el tráfico de personas, negocios que tienen todos los visos de crecer porque hay países, como el nuestro, donde nadie mueve un dedo para generar reales oportunidades de superación para que esa capacidad de trabajo, tan apreciada afuera, permita elevar la calidad de vida.

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