Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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En la misa diaria que corresponde a este día, el evangelio de San Marcos describe la única vez en que Jesús pierde la paciencia y es cuando se queja de que la casa de oración fue convertida en una “cueva de ladrones”, según las palabras que textualmente se le atribuyen. Arremetió con todo contra los que corrompieron el templo como ahora lo tiene que hacer el Papa Francisco para enderezar las finanzas del Vaticano, que también terminaron siendo una cueva para ladrones que se han beneficiado con los dineros supuestamente destinados a ayudar a los más necesitados y a expandir la prédica de la palabra de Dios.

Obviamente en las condiciones actuales no hay que hilar demasiado fino para comparar el templo de Jerusalén con nuestro país entero, convertido en una cueva de ladrones a punta de manoseos de la ley, de pactos tenebrosos y de la certeza no sólo de impunidad sino también de que el sistema entero moverá sus piezas en contra de los que se le oponen y participan en la lucha contra la corrupción, como se ha visto con procedimientos penales iniciados a toda marcha y con esmerado empeño por dilatar los procesos para que los sindicados pasen más tiempo en la cárcel sin siquiera ser escuchada su primera declaración. La cosa ya venía mal desde hace mucho tiempo pero en el año 2015 hubo un intento por expulsar a los mercaderes que convirtieron al país en esa tenebrosa cueva de ladrones y se avanzó bastante, lo suficiente como para generar la más unificada y solidaria reacción de los que reciben mordidas y de quienes las pagan, para montar toda una estrategia nacional que se propuso acabar con ese experimento por la transparencia, expulsando a la CICIG y trabajando para la captura de la justicia, desde la CC para abajo, a fin de que nunca más se volvieran a dar esos sobresaltos parecidos a la expulsión a chicotazos de los mercaderes del templo.

Si Jesús, en quien se encarnan virtudes como la paciencia y el perdón, reaccionó como lo hizo ante los mercaderes de la cueva de ladrones, es obligado entender que se trata de un gravísimo pecado el que cometen esos sinvergüenzas. Y más cuando se roba en un país tan pobre, con tantas necesidades y en el que los habitantes carecen de oportunidad para mejorar su condición de vida mediante su esfuerzo y trabajo. Por décadas se ha pregonado la idea de que la pobreza es producto de huevonería pero ahora los migrantes están probando la falsedad del argumento porque, al tener la oportunidad, son ellos, los pobres, quienes mantienen la economía del país mientras acá persiste el aprovechamiento del dinero público para intereses personales y el reparto de privilegios a cambio de no sólo apañar la corrupción sino de ser partícipes de ella.

Los ladrones del templo pasaron años haciendo de las suyas hasta que vino ese aire con remolino del mismo Jesucristo que los expulsó a chicotazos. Dios nos ayude a hacer lo propio para limpiar también ese templo que es nuestra Patria.

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