Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Finalmente, triunfó el coronel Jacobo Árbenz Guzmán. Juan José Arévalo fue nombrado embajador sin sede: un cargo que exige tanto refinamiento como conocimientos y experiencia diplomática. Pero después de haber sido Presidente todos estos requerimientos exquisitos se pasan por alto. Él se dedicaría durante la presidencia de Árbenz a difundir su socialismo espiritual y a representar el rol (ante los gobiernos e instituciones a donde viajaba) de «yo soy la muestra, el botón -la insignia- del trabajo,  metas y propósitos del gobierno de Árbenz». Y lo hizo muy bien. Sobre todo como humanista y pedagogo, conocedor de la condición humana como pocos, adornada de filosofía clásica -de corte platónico- pues seguía creyendo y difundiendo que la filosofía platónica es la mejor pedagogía. Es la que pide y exige que un pensador -el mejor- sea quien gobierne el país, como ocurrió en  su caso y como probablemente no volverá a acontecer.

También se ocupó de difundir la doctrina anti yanqui que ya profesaba desde su mandato, en su carácter de enemigo ora discreto ora desenfadado de los Estados Unidos. Soñadoramente pretendía -en plena Guerra Fría- sobrevivir sin el imperialismo yanqui. Un sueño plausible, acaso, pero imposible. Como digo, la Guerra Fría estaba  tal vez en su mejor momento y el derrumbe de la URSS y del muro de Berlín muy lejanos. Era el pleito de un enano con un gigante. Pero ni Arévalo ni Árbenz se daban cuenta de su condición inerme y de lo inútil  de sus reclamos. Mientras tanto -y en contraste- Europa firmaba el Plan Marshall y algunos países de Oriente se congraciaban al máximo con el imperio. Juan José Arévalo, en cambio, admirablemente si se quiere, pero en un debate que no tenía lógica (¿adónde había quedado su Lógica de Aristóteles?) escribía y publicaba sus libros “Fábula del tiburón y las sardinas” en 1956. Y “Antikomunismo en América Latina” en 1959, tratando de recobrar un poder perdido por la vía de una literatura que comenzaba a ser popular desde el triunfo de Castro en 1959, pero impopular con el constante éxito y notoriedad del liberalismo capitalista que se hará más triunfal con el neoliberalismo. Arévalo quizá lo hacía en esta ocasión adrede (con dar a la estampa literatura anti yanqui) tratando de recobrar un poder perdido y de regresar por segunda vez a la Presidencia de Guatemala, porque Jacobo Árbenz había caído en 1954 con un traspié planificado desde la CIA y los hermanos Dulles y su  United Fruit Company. Arévalo Bermejo trató de volver -en un segundo período- entre 1962 y 1963.

Para que ya no hubiera elecciones y porque el gobierno de Idígoras era una desastrosa payasada, el coronel Enrique Peralta Azurdia –precisamente ministro de la Defensa de Idígoras- da un cuartelazo y así se termina para siempre la posibilidad de Arévalo Bermejo a la Presidencia de Guatemala. Entonces se produce un cambio radical en él. Comprende al fin que los Estados Unidos son tal vez invencibles y que una sardina no puede jugar con un tiburón. Empieza a ceder terreno y se va dejando seducir con cargos, honores y pensiones de los gobiernos más derechistas y pro yanquis de la historia de Guatemala. Por supuesto que esto no es censurable porque resulta la natural adaptación a su circunstancia, siguiendo en este caso –acaso- los pasos de otro filósofo que fue de derechas pero pasaba –para algunos- como de izquierdas, cual Arévalo. Me refiero a José Ortega y Gasset que dicho sea de paso se  había formado en  escuelas idealistas alemanas. De allí que tal vez Arévalo había recurrido al “yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo  a ella no me salvo yo”.

E invocando esta frase filosófica que se ha vuelto un eslogan popular, Arévalo buscó otros aleros y los encontró como veremos más adelante.

Continuará.

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