Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

post author

Hacia la mitad del siglo XX, la única y próspera ciudad era la capital. Cada cuaresma todo se paralizaba, había tanto cucurucho y como los de ahora, la mayoría de ellos nunca habían leído la Biblia. El afán del ciudadano de provincia era al menos una vez al año, llevar a la capital a su familia y el resto del tiempo lo dedicaba a una práctica voraz de sobrevivencia. En aquel entonces como ahora, en todo el terruño existía malestar y preocupación por el presente y el futuro.

Actualmente -comparado con lo que vieron mis ojos hace 70 años- podemos hablar de un progreso espectacular en la infraestructura de nuestras ciudades y de muchas aldeas y observar que las tres últimas generaciones han sufrido un cambio radical de modo de vida, teniendo un progreso y una forma de vivir más digna, aun los pobres, sobre todo los que reciben ayuda del migrante. Podemos sacar a colación entonces, que aquella miseria de antaño, ha sido suplantada por un capitalismo desenfrenado e implacable, que en algunos pocos es realidad y en otros, los más, Esperanza.

Aunque muchos ya se han liberado del hambre, las enfermedades endémicas, el analfabetismo y que ahora al menos tienen lo suficiente para pasarla sin tanta angustia, lo que realmente hemos construido son centros urbanos de comercio y finanzas, no de calidad de vida. No obstante, en muchos de nosotros -la mayoría- priva la idea de ser señores de nuestro destino y en los más poderosos acompañado de que la riqueza les da poder sobre cualquiera, más longevidad e incluso les brinda la posibilidad de vivir un presente cargado de inmortalidad. Todo ello nos ha llevado a una trastocada de valores que hemos realizado favoreciendo un culto al individualismo y que a la larga está provocando la desintegración de la familia, la unidad de construcción de la Nación.

Creo que hasta hace unas tres generaciones atrás, la familia era lo primero y cada uno de sus miembros sabían que dependían unos de otros, cosa que ya no sucede ni dentro de los más pobres, aunque ello viene ocurriendo en nuestro medio desde la época colonial y el fenómeno de la migración es claro factor de la pobreza de la estructura familiar de antaño y reciente y en estos momentos ya no es claro que de esa integración dependa la capacidad de sobrevivir y menos de crear un modo y estilo de vida óptimo, para desarrollar los derechos humanos a cabalidad. Ahora y de eso no me cabe menor duda, el individualismo ha sustituido el ideal comunitario, y la competitividad con sus medios lícitos e ilícitos, se ha convertido en norma para vivir en nuestro Estado y eso lleva a todo tipo de pelea, que invade a diario noticias y tribunales. ¿Por qué traigo esto a colación? Creo que mientras no pongamos y aprendamos a vivir y respetar valores comunitarios, la nación seguirá siendo un lugar de todo tipo de arrogancia y avaricia; la nación seguirá destrozándose moralmente y desgarrándose políticamente, en luchas de aniquilación mutua. Solo un cultivo mayor de sentido comunitario: un coraje para vivir bajo la justicia y la norma, cumplimiento de obediencia y responsabilidad, paciencia ante el sufrimiento y una dedicación a un Yo estoy bien sí Tú estás bien, se podrá romper resentimientos y falsos respetos, que son los que nos atan para convivir humanamente y exterminar las formas avanzadas de corrupción y violencia en que vivimos.

Artículo anteriorPapel de Arévalo al triunfo de Árbenz
Artículo siguienteAutoridades reportan más de 400 capturas por extorsión