Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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¿FUE VERDADERAMENTE Porras, alias “la doctora”, quien destituyó a Juan Francisco Sandoval o es o fue el arcaico statu quo encomendero colonial?

Esta es una pregunta que merece una respuesta bien investigada y mejor reflexionada porque las condiciones que se dieron para removerlo -con gran petulancia de parte de las “autoridades”- no han cambiado a pesar del exitoso paro nacional del 29. El carácter desafiante de la situación de cara al ciudadano no varía. Nos seguimos sintiendo burlados, empequeñecidos, desdeñados.

Marginados siempre, siempre carentes de dignidad ante la “autoridad” que nos reduce o minimiza, ha sido esta -y es- la historia del ciudadano de este país a lo largo de muchas décadas ya. Desde 1960 a 1986 con violaciones innumerables: crímenes de lesa humanidad. Aunque se divulgue que los años sucesivos al 86 han sido de democracia, han sido sólo de alternancia en el poder con mucho manoseo de las elecciones sobre todo a partir de la segunda vuelta. Esto se ha visto con más claridad en los casos Morales Cabrera y Giammattei.

Es casi audible el rasgar de vestiduras que los ciudadanos genuinos de Guatemala realizan ante la sórdida destitución de Sandoval hoy seguramente a salvo en Estados Unidos. ¿Pero será eficaz el actual levantamiento de puños contra Giammattei?

Una vez más (de las muchas que he visto) tal vez no será efectivo. Porque tras nuestras belicosas “autoridades” se levanta la figura altiva del Señor del Gran Poder nacional: un statu quo con el cuero más grueso que el más obsceno de los rinocerontes políticos. Un arqueológico statu quo que actúa con mayor furor desde la Independencia plagado de aycinenismo, Ejército y oligarquía amorales.

Se da en Guatemala este sentimiento de superioridad sin límites y de poder colosal y desplayado del statu quo, acaso por haber sido la capitanía del reino y haber marcado con ello también una gran diferencia entre las etnias. El resto de Centroamérica no tiene esa patología: todo es más naturalmente democrático. Desde ese inconsciente colectivo absolutista es que actúa Giammattei y todos los que le han antecedido en el poder del reino aycinenista.

HACE FALTA una señal más oficial y clara de la embajada para que pueda derrumbarse. Entonces sí las manifestaciones y paros nacionales podrían llegar a tener efecto como cuando los casos Pérez Molina y Baldetti Elías, en los que además se contó con la franca y abierta colaboración de Pollo Campero y McDonald’s y de otras cadenas de cuyo nombre ya no puedo acordarme…

Hay que entenderlo: solos no podemos desenquistarlo. Es así, desgraciadamente para nuestro sentimiento de soberanía, el cual ha sido menoscabado a lo largo de 70 años de colosal humillación por parte de los que nos reprimen.

Y si cae ¿qué nos tocaría? Un Sr. Castillo que ha sido un papanatas de la oligarquía, un empleado suyo que jamás restituirá a Sandoval en su cargo de la FECI. Lo más que haría es destituir a Porras para poner algo más versátil y complaciente.

¿QUE NO HEMOS caído tan bajo como ahora? Muchos dicen que hemos tocado fondo. Muchos “fondos” debe tener Guatemala para que los usemos y usemos sin terminar de bajar al último de ellos. Mucho más bajo caímos en nuestra dignidad de ciudadanos en los 70 o después con Lucas García y Ríos el rey del genocidio. Lo de Guatemala es más bien como de camino, de vereda sin fin de sufrimientos (con estaciones dolorosas) hasta llegar a crear una cultura de masoquistas adictos a que cada gobierno nos patee.

En ese largo camino (que no es de tocar fondos) sino de recorrer estaciones, nos detenemos en ellas cada vez acaso menos inmunes al dolor o con mayor gusto por recibir la patada.

Los colectivos pueden responder a los mismos traumas que los individuos. Por eso hablo de masoquismo colectivo. Sólo hasta que digamos ¡basta!, a la patada volveremos a recuperar la dignidad de humanos, de colectivo humano.

Es el momento de decidirlo de cara a un paro nacional. Porque si no, estaremos perdiendo el tiempo en representaciones saineteras inútiles.

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