Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Francisco Marroquín era un ilustrado eclesiástico que, por caprichos del destino llegó a Santiago de Goathemala. Acostumbrado al sutil ambiente de las Cortes españolas y entrado en los años medianeros de su vida, ni por asomo había pasado por su mente la idea de trasladarse a Las Indias. Cumplía una ascendente carrera dentro de la jerarquía eclesiástica española, pero todo cambió cuando que, por petición del Comendador de Castilla, don Francisco de la Cueva –secretario de su Cesárea Majestad– aceptó recibir a un tal Pedro de Alvarado. Al visitante le tomó dos días del mes de mayo de 1528, describir los nuevos lugares que se iban descubriendo. Describió unos parajes tan diferentes a la Península que el Obispo quedó intrigado como también le llamó la atención que tanta información interesante no parecía ir acorde con la rústica formación del comandante que poco tiempo disponía para la literatura. Poco tardó Alvarado en desvelar sus cartas: invitó a hacer el viaje para que con sus propios ojos se percatara de esas maravillas. A pesar de la inicial resistencia fueron tantos ruegos que el Obispo interpretó que el rudo guerrero era un cabal instrumento de Dios que le señalaba el camino de las incógnitas regiones que estaban pobladas por gentes incultas que no conocían el Evangelio. Pronto se estableció entre estos dos personajes tan disímiles, una inusual simpatía. Por todo ello, aceptó y con ello sacrificó las grandes oportunidades y privilegios que se le ofrecían en España, en lo que hasta entonces era todo su mundo. Así, con sus primeras canas y dejando por un lado la buena colocación de las altas esferas, tomó rumbo a la misteriosa tierra nueva que le marcaban las estrellas.

Nació en el pintoresco valle de Toranzo, en la región cantábrica, provincia de Santander en 1488, hijo de don Pedro del Valle y de doña Juana Ruiz Marroquín del Pumar. Se le conocía por el apellido Marroquín, por ser el de mayor rango entre los que podía utilizar, y era licenciado por haber obtenido dicha investidura en Teología y Filosofía. Ejerció como académico, pero habiendo enviudado joven y por permitirlo los preceptos canónicos a la sazón vigentes, continuó su formación con estudios eclesiásticos, y una vez ordenado, ejerció el sacerdocio con mucha disposición y celo. Hombre de vasta cultura, dominaba las ciencias humanitarias, y conocía de política, economía, lenguas, geografía y estadística. Adornando con esas credenciales causó extrañeza entre sus amigos y familiares cuando corrió la noticia de su decisión de trasladarse a las agrestes tierras indianas. Fue así como en agosto de 1529, a los cuarenta y un años de edad, se embarcó resuelto hacia el poniente, acompañado de su hermano Bartolomé Marroquín.

El Adelantado lo nombró cura de la iglesia Parroquial de Santiago. Para algunos detractores, Alvarado excedía sus funciones, pues los asuntos eclesiásticos no eran de su competencia, por muchos poderes civiles y militares que ostentase. Pero, todo indicaba que esos formalismos no preocupaban mucho a don Pedro, siempre que, según su criterio, estuviera de por medio el bienestar de su gobernación y estaba confiado en que las confirmaciones oficiales llegarían pronto. En consecuencia, el licenciado Marroquín sustituyó como párroco al sacerdote Juan Godínez, Capellán del Ejército, muy avanzado en la edad, a quien, tantos años asistiendo a la tropa en fragor de la guerra de conquista, habían dejado una profunda marca en su cuerpo y afectado su ánimo.

A los pocos días que don Juan de Zumárraga asumiera como Obispo de México –bajo cuya jurisdicción estaba la de Santiago–, designó a Marroquín como Provisor y Vicario general de la Provincia de Guatemala. Se comentaba que en ese nombramiento había influido el Adelantado, que lo veía con beneplácito como un primer paso para erigir un obispado que le diera mayor realce a su gobernación.   (Continuará).

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