Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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-Qué bueno que te veo vos, no me siento muy bien y quisiera hablar con alguien.
-Contame, ¿qué te pasa?
-Qué te puedo decir, soy un hombre doliente y desdichado, desconfiado, desapasionado, decaído, me siento devastado, desolado, desencantado, desconsolado, desesperado, desesperanzado, defraudado, depauperado, devaluado, desgraciado, desilusionado, descalificado y desacreditado. ¿Alguna idea de lo que tengo?
-Para empezar tenés un vocabulario abundante, y supiste describirte muy bien con un denominador común, lo que refleja una inteligencia agradable.
-Qué bueno, pero ¿qué tengo?
-Toda esa letanía sugiere que estás deprimido. Y mirá que chistoso, depresión también empieza con la letra D, solo para seguir en tu línea.
-Pero marchito no.
-Me alegra que todavía te alcance para el sarcasmo. Tampoco infelicidad, tristeza, miedo, ira, amargura, frustración y culpa se escriben con D.
-Pero desprecio si, y es lo que siento por mí en este momento.
– ¿Y quién no de vez en cuando? Tengo la impresión de que todos los humanos al menos en alguna ocasión, vamos a deprimirnos en una intensidad tal, que mereceríamos ayuda aunque no la busquemos.
– ¿De verdad creés eso?
-Sí, estoy convencido. La tarea de encarar la vida ocupa toda la trayectoria entre el nacimiento y la muerte. Entre atender las circunstancias del diario vivir, el estrés de lo desconocido, lo cotidiano y lo inevitable; y la necesidad de relacionarse con los demás que no es nada fácil, se requiere de mucha estabilidad emocional.
-Yo de plano no tengo una buena salud mental, ha sido de siempre y me cuesta enfrentar la vida. Me doy cuenta de que mis emociones son demasiado intensas e innecesarias, y por otro lado para defenderme me da por hacerme el fuerte. No quisiera tener tantas emociones molestas.
– En cuestión de emociones creo que todos tenemos las mismas solo que en diferentes grados. Está claro que no nos pasan las mismas cosas, pero todas las emociones sin excepción son humanas y válidas dependiendo de la circunstancia que las desencadene. Ningún ser humano es ajeno al miedo, la ira, la tristeza, la alegría, el desagrado, la confianza, la expectativa o la sorpresa; y todas son emociones que en el tiempo pueden volverse sentimientos que den significado a la vida.
-Pero si doy eso por sentado no estoy listo para lidiar con mis emociones. Quisiera tener una madre que me acogiera y me dijera que todo va a estar bien.
-No naciste para tu madre sino para la vida.
-Tendría que ser de buena manufactura para no sentirme así.
-No sé, cuando me ataca el orgullo la vida me pone frente a algo que me supera y me obliga a crecer. Si rechazo la humildad pierdo la realidad y me siento humillado; en cambio cuando me animo a enfrentar el riesgo de vivir, el destino ya no me parece tan malo.
-Claro, por eso solo quiero tener emociones positivas y no todas esas que me hacen sentir desesperado y que no valgo nada.
-Las emociones siempre son las mismas, no hay ni buenas ni malas, pero nos educaron mal diciéndonos que no debemos tener malos pensamientos o sentimientos; algo que además de moralista es imposible. Solo ocurren, son parte de la naturaleza humana y siempre encuentran alguna salida, si las negamos fácilmente se vuelven un síntoma molesto. En todo caso habrá que aceptarlas y entendernos con la realidad y hasta ubicarnos en las distintas etapas de la vida, porque hasta eso influye.
-Siento que mis fracasos tienen que ver con la forma en que veo las cosas. Me gusta creer que tengo razón y no cedo fácilmente y trato de vencer a toda costa, no me permito equivocarme y me culpo si fracaso.
-Entiendo, me pasa igual cuando me vivo con lástima. La buena noticia es que todo empieza a mejorar cuando me atrevo a la verdad, al menos con lo que le alcanzo a ver. Solo existe una etiología para el dolor del alma, la falta de aceptación.
-Vos hablás como si supieras mucho de todo esto. ¿Y qué tal si estás equivocado?
-Es una enorme posibilidad, y solo puedo prometerte que contás con mi honestidad cuando te lo digo, pero es posible que tenga que retractarme de algunas cosas algún día. Todo producto humano es siempre superable, por eso nuestro encuentro puede ser bueno para los dos.
-Bueno, no quiero hablar de vos y menos competir. Me he pasado la mitad de la vida envidiando a la gente, y la otra mitad llorando por desperdiciar mis opciones, como si fuera un pésimo competidor.
-Hay personas que son buenas para correr los cien metros, otras son de diez mil y algunas pueden correr una maratón. No todos somos iguales, pero si al menos uno se adentrara en alguno de los caminos que se le presentan llegaría lejos, en lugar de querer caminarlos todos un poco.
-Que aburrido estar hablando de esto vos, aunque no sé, tal vez sería peor estar hablando de dinero, de carros o de mujeres que ni caso nos hacen. Ahorita que te dije eso, sentí que el exhibicionismo es impúdico. De repente fortalecer el espíritu es dejar de pedir milagros y aprender a pensar.
-No es fácil vivir la vida, es más fácil encontrarle muchos peros, pero es mejor no pelear con ella sino pelear por ella. Igual, pronto nos vamos a morir.
-Lo malo es que no toda la gente está dispuesta al esfuerzo de vivir su vida, la mayoría quiere que alguien le haga las cosas, así como yo. Pero voy a seguir tu consejo.
-Aunque se atienda el mejor consejo y se tome la mejor decisión, siempre existirá el riesgo de que las cosas no salgan bien. Aun así, es necesario atreverse.
-Copiado vos, te sentí como a un amigo y me voy más decidido, que también se escribe don D. Buena plática, te veo al rato.
-Adiós.

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