Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Pienso, modestamente, que la razón fundamental de ese principio (“el voto es secreto”), es la de proteger al que vota. Protegerlo de cualquier tipo de control que quiera ejercer alguna entidad con poder sobre él, pretendiendo que vote a su gusto y no al del que debe votar.

Busca abrigar al que vota, en los diferentes momentos y circunstancias en que deba hacerlo. Tanto en lo privado como en lo público. Y lo logra como cuando le garantiza al votante que, en ningún momento debe exponer su preferencia a la vista y al juicio o eventual crítica de los demás. Algo que está garantizado salvo en el caso de que el “pleno” de la determinada organización –cuando es privada–a la que pertenezca, decida de manera explícita lo contrario.

Si bien es cierto que el respeto de este principio, protege al votante –y esto es de suma importancia– no debe dejar de mencionarse un fenómeno que sucede a su amparo y es justo considerar.

La consigna “¡El voto es secreto!” ha permeado en la ciudadanía de tal forma que, aún en circunstancias de relativa “confianza” o intimidad, en clara ausencia del “Big Brother” o cualquier intimidador, resulta generalizada la reticencia a confesar de manera llana, cuál es la preferencia electoral de cada uno de los diferentes amigos.

No es cuestión, aquí, de elucubrar sobre los poderes ocultos que podrían estar detrás de este fenómeno. Lo importante es constatar el efecto práctico que tiene el hecho de que se haya arraigado en la ciudadanía nacional de esta forma y vislumbrar los efectos prácticos que se puede especular que tiene.

Las respuestas a la pregunta de cuál es la preferencia o voto que cada uno tiene, se expresa en voz atenuada –si es que se da–. Con ello, se anuncia que el que confiesa su filiación, lo hace con la mala consciencia de que, al menos, está pecando de indiscreto…, practicando algo que, aunque desconoce de qué se trata, es intrínsecamente malo…

Atisbo que, salvo en reuniones de grupos de seguidores confesos –que, me atrevo a pensar, en Guatemala no los debe haber muchos–, la conversación entusiasta sobre los valores y el valor de un candidato o partido deben ser muy extrañas.

Entre los ciudadanos comunes y corrientes, conversaciones de ese tipo no se dan. Me atrevo a pensar que es porque ese principio de “el voto es secreto”, dadas las circunstancias históricas de un país como el nuestro -lleno de alegres satrapías, y sufridas represiones-, se asocia al ejercicio de no confesar inconformidades. Algo que se encuentra demasiado próximo a la potencial asociación u organización de inconformes en grupos que puedan ser calificados de subversivos y, por lo mismo, enemigos de la paz social y de la búsqueda de la felicidad común que tanto se añora …

En síntesis, nos hace falta en Guatemala, la natural energía para hacer fiesta de nuestras ideas y de nuestras aspiraciones; despojarnos de los temores que nos inhiben de lograr la conformación espontánea y alegre de grupos de simpatizantes que sepan celebrar juntos causas comunes. Es algo que falta en nuestro país. Algo que apenas se da con el fútbol … (pues, la Semana Santa, tan hermosa y bien celebrada en Guatemala, es otra cosa …no puede contar en este orden de ideas).

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