Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Cuando se busca literatura sobre el tema de la política, es fácil encontrar desarrollos sobre sistemas políticos, historia de movimientos y de ideologías, también críticas, reflexiones, tipos de planes y hasta estrategias. Se tratan los diferentes tipos de partidos que existen y han existido y se pueden conocer biografías de grandes políticos, teóricos, líderes y hasta técnicos de la política de la más variada antigüedad, seriedad e ingenio. Pero es difícil encontrar sobre militancia política.

Lo anterior debe extrañar porque, cuando se aboga por el sistema democrático, debería estar claro para todos que, además de la existencia de partidos (las organizaciones) y de políticos (los oficiantes de la política), para su adecuado funcionamiento es necesario contar con ciudadanía activa.

La ciudadanía consciente y activa es la base sobre la que se sustenta el sistema democrático. No solo en términos de su cantidad relativa con respecto a la población de la nación de la cual se trate si no que -también y de manera principal- en términos de su actividad y, finalmente, de la eficacia de su actividad sobre el derivar nacional. Si no es lo suficientemente activa (grado de participación) y efectiva (grado de legitimidad de lo que impulsa), es difícil imaginar que se está hablando de un sistema democrático participativo.

En el caso de nuestro país, una manera de intuir cuán bien estamos en materia de lo anterior, sería teniendo alguna certeza sobre el nivel de satisfacción real que tienen los afiliados a los diferentes partidos políticos sobre el rumbo de los mismos. Medido, por ejemplo, en el grado de conformidad que los afiliados tienen sobre las grandes decisiones que van tomando las organizaciones (caso de los candidatos que nominan para los diferentes puestos de elección popular y para la dirección/conducción interna) y que significan, finalmente, el grado de correspondencia entre la dirección de los partidos y los auténticos intereses y necesidades de los grupos que dicen representar. Y, esto todo, partiendo de la hipótesis de que los afiliados de los diferentes partidos son agrupaciones de ciudadanos que comparten necesidades y propósitos similares y que es esto lo que los ha llevado a organizarse políticamente.

Personalmente, pienso que, más allá de en lo ideológico -¡que es sumamente importante¡- los partidos políticos en Guatemala le deberían dar una atención especial a la formación de sus afiliados para hacer de ellos (o de algunos grupos importantes de ellos), unos militantes comprometidos con mantener una higiene institucional adecuada.

Estoy hablando de una actividad que a muchos les puede parecer innecesaria por considerarla que es “algo que se debe dar de cajón” (el que se afilia debe saber qué derechos y qué obligaciones tiene como tal, se suela decir)… Pero sucede que eso no es cierto y resulta siendo una carencia medular para el funcionamiento del sistema. Seguramente porque da pie a que, en un momento dado, pasándose por sobre lo que es estrictamente legal (a punta de leguleyadas) y de buenas prácticas o costumbres, con gran facilidad alguna facción o grupúsculo…. pueda llegar a tornarse la dueña de la entidad y manejarla a su sabor, antojo y beneficio.

Para mantenerse en el tiempo, cualquier organismo necesita contar con mecanismos que le permitan su permanente mantenimiento como entidad sana y vigorosa. Algo que, más allá de lo puramente físico (para algunos, expresado en la capacidad financiera) también significa la necesidad de mantener sanidad mental y sentimental (expresado en la certeza de mantenerse apegada a su naturaleza, a sus principios y a sus valores).

Una forma práctica de mantener activa esa sana actividad de autoobservarse y autofiscalizarse, los diferentes partidos la podrían iniciar de manera modesta, y la pretensión de ampliarla, con por ejemplo la conformación de un grupo de afiliados comprometidos con el partido del cual se trate y que se encarguen de darle un seguimiento a las actividades formales (prescritas por la LEPP) que el partido haya puesto en cronograma y deba organizar (por ejemplo convocando) y realizar (por ejemplo reuniones en las cuales se vote, se tomen decisiones). El solo hecho de que ese grupo organizado para esos efectos cuente entre sus miembros con participantes de los principales órganos del partido (Comité Ejecutivo Nacional/Departamentales/Municipales, Órgano de Fiscalización Financiera, Tribunal de Honor, Art. 24, LEPP), le aporta un papel de trascendencia. Piénsese, por ejemplo, en la importancia que ese grupo pueda adquirir como instancia informal para la transparencia (asunto que entre personas razonables y civilizadas no tiene necesariamente que significar que, por ejemplo, asuntos de estrategia política no puedan y deban mantenerse en reserva). El grupo puede adoptar la práctica de comentar críticamente y, esto, lo empodera como un vehículo para un sano ejercicio de sanción social al interno de la organización.

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