Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Frente a la hiperespecialización de la mercadotecnia que ha refinado los métodos para vender sus productos, debemos oponer una resistencia heroica que eviten las tentaciones en un universo marcado por el consumismo. Escribo no desde la ejemplaridad, sino desde la víctima que a fuerza de repetirlo tiene ánimos de superación.

El desafío no es fácil por la intersección entre nuestra ignorancia y la voluntad ciega que nos impele a las compras. Es evidente que la caída surge cuando nos dejamos seducir por productos a veces inútiles a los que accedemos por las triquiñuelas de los gurús de las ventas. Una vez embelesados, la premura es incontenible.

El deseo por lo que presuntamente nos hace falta es favorecido también por la facilidad de su acceso. Es posible que nunca como hoy comprar haya sido tan fácil. Basta un clic para cumplir con lo que sentimos necesario y vital, según la convicción inducida anidada en nuestro interior. Todo dispuesto, indigestarse por efecto de los impulsos no es nada del otro mundo.

Por eso decía, comprar es un acto en el que interviene una cierta voluntad ciega, un instinto que, transformado en hábito, nos gobierna. Ese estado, convertido en una segunda naturaleza, es la base de la esclavitud de nuestros tiempos. Un poco todos a merced de los bancos que nos despluman con sus altos intereses.

Porque poco sería posible sin las tarjetas de crédito que ofrecen los usureros de cuello blanco del sistema financiero. Son ellos la pieza fundamental en el ecosistema capitalista-consumista actual. Así, el aparato funciona a la perfección, estableciendo la venta del alma para vivir fuera de las posibilidades de los deudores.

La solución requiere de infinitos esfuerzos. Como cualquier vicio pasa por la privación de lo que hace daño. Aislarse y tomar distancia de las tentaciones. Declararnos enfermos mientras nos tratamos con antibióticos que contrarresten el virus inoculado por la mercadotecnia. Para ello es urgente también evitar el ecosistema viral que incrementa la vulnerabilidad.

La dieta es primordial. Comprender que comprar no nos hace mejores. Darle un significado distinto a nuestras vidas desde fundamentos superiores: el amor, la ayuda al prójimo y el reconocimiento de la grandeza en lo ordinario. Ese camino que no es otro que un cambio de mentalidad que dé libertad, al margen de ese ejército de vendedores que condiciona nuestra vida feliz.

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