Claudia Virginia Samayoa

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Claudia Virginia Samayoa
Cartas de una Lechuza
@tucurclaux

Desde que soy niña recuerdo la tensión que provocan las grandes tormentas. Los árboles caídos en la vía pública y el atraso de los horarios de la salida de los buses generaban pequeños disgustos y, seguramente, irrupciones en la vida de mis padres. Recuerdo al Huracán Fifí de 1974 y los miles de muertos ocasionados; al huracán Mitch (1998) en el marco del proceso de paz que nos unió en la ayuda y al Stan (2005) que dejó en el país daños que aún hoy son visibles en comunidades olvidadas.

Sin embargo, lejos quedaron las épocas en donde los colapsos, muertes y daños severos eran ocasionados por huracanes que entraban al territorio nacional. En las últimas décadas hemos sido testigos de catástrofes relacionadas a tormentas tropicales, depresiones tropicales que son nombradas con números y letras y hace unos días un disturbio en el Pacífico generó la suficiente lluvia parar provocar una caverna en una arteria principal.

La lluvia no es la responsable de las vidas que perdemos año con año, los daños materiales individuales y a la infraestructura nacional: somos nosotros. La pobreza obliga a las personas a vivir en lugares de alto riesgo con la consecuente destrucción de la cobertura vegetal que sostiene el suelo; pero más perniciosa es la corrupción que cala en lo más profundo de la infraestructura y de las vidas de las personas pobres.

Como el agua en terrenos inclinados cuya cobertura vegetal ha sido destruida; la corrupción impacta en la calidad y mantenimiento de carreteras, recolectores de agua, proyectos habitacionales, etc. La corrupción desde hace décadas socava nuestras posibilidades de construir un estado democrático de derecho que nos garantice calidad de vida digna.

Una cadena de pequeños y grandes actos de corrupción nos tiene en la situación actual. El hoyo de la carretera del Pacífico es el último escándalo visible; pero lo ocurrido tiene tanta tela que cortar que responsabilizar solo al gobierno de turno es insuficiente. ¿Qué pasó con el anillo metropolitano diseñado en el siglo pasado? ¿Por qué no se les da el mantenimiento adecuado a los recolectores de agua? ¿Por qué?

Los desafíos del cambio climático se están conjugando con los que genera la corrupción galopante y la forma en que esta impide acciones de mitigación y adaptación ante el aumento de lluvias y sequías. La lucha contra la corrupción ha sido detenida de golpe para la actuación concertada de cabezas de los tres organismos de Estado, oligarcas que han lucrado del erario público y mercenarios de la pluma, las redes y la acción de denuncia. Por ello, adaptarnos a los impactos del cambio climático será imposible mientras no recuperemos una mínima institucionalidad funcional y honesta.

Como disturbio tropical, la actuación de una organización ha sido capaz de aterrorizar y perseguir operadores de justicia. Sus actuaciones no tienen, pero conjugadas con los pactos de impunidad se convierten en acciones de peso capaces de conseguir el encarcelamiento, desaforo y estigma de personas honestas. Es así como una denuncia sin mérito se le da trámite contra una de las personas que ha cumplido su deber con integridad. Miguel Ángel Gálvez, el señor Juez, hoy es víctima de los impactos de la corrupción en el Sistema Judicial, así como miles de trabajadores son afectados por el hoyo de Villa Nueva. Los impactos económicos de ambos hechos se medirán al pasar el tiempo; pero serán grandes para Guatemala.

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