Claudia Virginia Samayoa

post author

Claudia Virginia Samayoa
@tucurclaux

Hay muchas formas de entender los intentos de derribar la estatua de Cristóbal Colón y de José María Reyna Barrios. La más directa y clara es que se trata de un grito de auxilio, una demanda de atención ante siglos de racismo, hambre y muerte. Lamentablemente, la respuesta desde la autoridad fue la comisión de más violencia y la de muchos citadinos un clamor de indignación que confirma la naturaleza monocultural del Estado. Les invito a escuchar lo que está detrás del grito.

Visualicen la situación de un joven Maya-Mam con poco conocimiento del español quien es capturado por policías a la vez que un hombre acompañado de personas aireadas que vociferaba cosas que no entendía mientras sus amigos trataban de hablar con los policías y le decían que se tranquilizara. En las carceletas de Torre de Tribunales, se le acercan personas amables pero con su poco español no logra entender lo que pasa ni lo que preguntan; toma un buen tiempo en que llegue alguien que habla mam y le explique lo ocurrido. Para mí allí está el primer significado del grito: ¡escúchenme y háblenme en mi idioma; no como simple traducción de sus palabras sino conversación como iguales!

Tal vez la mejor opción no es hacer un análisis del significado histórico del personaje cuya estatua fue derribada; pero si identificar que esos monumentos son el símbolo de la élite de Guatemala que en territorios indígenas no tiene la cara amable de los que donan medicina al Hospital de la Industria, sino de quien desvía los ríos, no paga las prestaciones o el seguro social, quien corre los mojones, quien manda a matar líderes indígenas o quien se apropia de las montañas para extraer sus riquezas. El segundo mensaje es: ¡paren la violencia!

Cuando observo en los videos de la captura ilegal del joven Maya-Mam a la cara aireada del alcalde capitalino, veo también la cara del presidente que dice que no le va a dar un ‘pinche’ centavo a la comunidad que detuvo a los trabajadores de la salud, la de finquero que se enoja que le pidan sus prestaciones los trabajadores o la del patrono que despide a los trabajadores que quieren formar un sindicato. La protesta fue un acto contra la opresión del poder que no es capaz de escuchar cuando se le habla entregándole memoriales firmados por todos los miembros de la comunidad, se ponen amparos y recursos legales para pedir que se respeten derechos o se participa en reuniones a través de las representantes portando las varas de la autoridad. El tercer mensaje es: ¡respétenos como les respetamos!

No puedo dejar de pensar cuando veo a los jóvenes jalando de la cuerda, en las veces que manifestaciones multitudinarias de campesinos, indígenas, sindicalistas, mujeres, víctimas y estudiantes han pasado por las calles de la ciudad sin que el poder cediera un ápice para garantizar participación real de los pueblos y satisfacción de los derechos humanos. El cuarto mensaje es: ¡estamos cansados de no obtener resultado siguiendo sus reglas!

Sin embargo, no puedo terminar esta columna sin reconocer que para muchos citadinos lo ocurrido fue una afrenta a lo que nos enseñaron es nuestra identidad y aún nos cuesta identificar que a nosotros tampoco nos escuchan y estamos muriendo.

Artículo anteriorMonumentos históricos: ¡Un dilema de ideologías!
Artículo siguienteManifiesto de la generación de marzo y abril de 1962 (*)